sábado, septiembre 17, 2011

ELÍAS CALIXTO POMPA

Poeta venezolano (1834-1887), expone en esta serie de tres sonetos sus ideas acerca del empleo más noble que puede dar el hombre a la vida: de niño, enriquecer su mente con el estudio; de joven y en la edad viril, trabajar activo, para tener la satisfacción de conquistarse el bienestar y la independencia, gracias al propio esfuerzo; y, ya anciano, gozando en paz del merecido descanso, ilustrar a la juventud con la luz de sus sabios consejos.




ESTUDIA
Es puerta de luz un libro abierto:
Entra por ella, niño, y de seguro
Que para ti serán en lo futuro
Dios más visible, su poder más cierto.
El ignorante vive en el desierto
Donde es el agua poca, el aire impuro;
Un grano le detiene el pie inseguro;
Camina tropezando; ¡vive muerto!
En ese de tu edad abril florido,
Recibe el corazón las impresiones
Como la cera el toque de las manos:
Estudia, y no serás, cuando crecido,
Ni el juguete vulgar de las pasiones,
Ni el esclavo servil de los tiranos.


TRABAJA

Trabaja, joven, sin cesar trabaja:
La frente honrada que en sudor se moja,
Jamás ante otra frente se sonroja,
Ni se rinde servil a quien la ultraja:
Tarde la nieve de los años cuaja
Sobre quien lejos la indolencia arroja;
Su cuerpo al roble, por lo fuerte, enoja;
Su alma del mundo al lodazal no baja.
El pan que da el trabajo es más sabroso
Que la escondida miel que con empeño
Liba la abeja en el rosal frondoso;
Si comes ese pan, serás tu dueño,
Mas si del ocio ruedas al abismo,
Todos serlo podrán, menos tú mismo.


DESCANSA

Ya es blanca tu cabeza, pobre anciano;
Tu cuerpo, cual la espiga al torbellino
se dobla y rinde fácil; ya tu mano
el amigo bordón del peregrino
Maneja sin compás, y el aire sano
Es a tu enfermo corazón mezquino.
Deja la alforja, ve, ¡descansa ufano
en la sombreada orilla del camino!
Descansa, sí, mas como el sol se
acuesta, Viajero como tú, sobre el ocaso,
y al astro que le sigue un rayo presta:

Abre así con amor tus labios viejos
y alumbra al joven que te sigue el paso
¡Con la bendita luz de tus consejos!


SERVIR

"Si no vives para servir, no sirves para vivir" 

(San Juan Bosco) 

NOSSO OBJETIVO É CONVOCAR E SERVIR MELHOR | Escolapios Brasil Bolivia


Toda naturaleza es un anhelo de servicio.
Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco...

Donde hay un árbol que plantar, plántalo tú.
Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, acéptalo tú.
Sé tú el que apartó la piedra del camino, el odio entre los corazones, las dificultades del problema.

Hay la alegría de ser sano y la de ser justo.
Pero hay, sobre todo, una inmensa alegría de servir.
Qué triste sería el mundo si todo en él estuviera hecho,
si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender...

No sólo se hace mérito con los grandes trabajos;
hay pequeños servicios: adornar una mesa, ordenar unos libros...
El servir no es faena de seres inferiores.
Dios, que da el fruto y la luz, sirve.

Y tiene fijos los ojos en nuestras manos
y nos pregunta cada día:
¿serviste hoy?
                                         
(Gabriela Mistral)

jueves, septiembre 15, 2011

EMPIEZA POR TI



Durante la visita que hice a las criptas de la Abadía de Westminster, sobre la tumba de un obispo anglicano (1.100 D.C.) encontré la siguiente inscripción:

"Cuando era joven y libre, y mi imaginación no tenía limites, soñaba con cambiar el mundo.
 Al volverme más viejo y más sabio, descubrí que el mundo no cambiaría; entonces acorté un poco mis objetivos, y decidí cambiar sólo mi país... pero también él parecía inamovible.
Al ingresar en mis años de ocaso, en un último intento desesperado, me propuse cambiar sólo a mi familia, a mis allegados, pero por desgracia, no me quedaba ya ninguno...
Y ahora, que estoy en mi lecho de muerte, de pronto me doy cuenta: Si me hubiera preocupado primero por cambiarme a mí mismo, con el ejemplo habría cambiado a mi familia, a partir de su inspiración y estímulo podría haber hecho un bien a mi país y, quién sabe, tal vez incluso habría podido cambiar al mundo."

martes, septiembre 13, 2011

CARTA A MI AMIGO PEDRO





La conversación que sostuvimos en la Parroquia hace unos días sobre el libro de Job me dejó algo desconcertado. Pensé que en algún momento pudiéramos reanudar nuestras reflexiones al respecto. Pero, ya pasado algún tiempo, me percaté que, tanto por tus ocupaciones como por las mías, iba a ser difícil que coincidiéramos nuevamente a corto plazo.

Me apresuro a escribirte, reconociendo no obstante que no será igual que el intercambio personal. Aun así, con las limitaciones propias de la comunicación en un solo sentido, intentaré abordar lo más completamente posible los vacíos de aquélla ocasión. Sin ánimo de ofender tu sensibilidad, he recogido unas reflexiones propias y las complementé con algunas notas que tenía sobre el tema. Espero sean de tu interés.

Para comenzar, vemos que el libro de Job en la Biblia católica Nácar-Colunga de un amigo,

Bueno, comienzo diciendo que el autor del libro es desconocido, aunque la tradición lo atribuya a Moisés.

Algunos especialistas datan el libro entre el año 500 a. C. y el año 250 a. C., pero su cita en antiguos manuscritos judíos descartan tal opción. Popularmente se considera que este libro fue escrito alrededor del año 1473 a. C. Este es un problema menor para nosotros y se lo dejamos a los especialistas. Lo que nos importa aclarar en esta ocasión es el sentido y finalidad de este libro tan “misterioso”.

Para algunos eruditos, el santo Job es un personaje bíblico sometido a una opresiva prueba por Satanás con la “autorización de Dios”. La dignidad y temple de este hombre para salvar las adversidades que se le van presentando es usado por muchos credos religiosos como un ejemplo de santidad, integridad de espíritu y fortaleza ante las dificultades.  

Job era un ganadero muy rico, con 7 hijos y 3 hijas y numerosos amigos y criados. Vivía en "la tierra de Uz[1]", la cual es una ciudad mencionada como parte del reino de Edom.

El libro comienza presentando a Job de la siguiente manera:

«Érase una vez un hombre llamado Job, que vivía en el país de Uz. Era un hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y apartado del mal.» (Job 1, 1).

En la Biblia de Jerusalén on-line, el mismo versículo está anotado así:

« Había una vez en el país de Us un hombre llamado Job: hombre cabal, recto, que temía a Dios y se apartaba del mal. » (Job 1, 1).

Observa, Pedro, que el autor sagrado no presenta a Job desde el inicio como una persona santa; ni siquiera dice que era buena. Era, por decirlo de alguna manera, una de esas tantas personas que vive su vida “sin hacerle daño a los demás”, o como dicen muchos por ahí: “sin meterse con nadie”. Era una persona normalita, con una familia numerosa, muy rico eso sí, pero con una moral algo así como “neutra”; no le hacía daño a nadie, pero tampoco era un ejemplo de caridad y compromiso hacia los demás (excepto para su núcleo familiar inmediato).

Como después lo encontraremos en los evangelios, el proceder de Job se parecía mucho a la de los fariseos del tiempo de Jesús: daba lecciones de conducta (ver 4, 3) y hasta ofrecía a Dios un holocausto por cada uno de los hijos, por si acaso hubiesen pecado (ver 1, 5).  La costumbre, aunque con formas y maneras distintas, la observamos hoy también en muchos cristianos: practican con Dios o quien represente a “la Trascendencia”,  una especie de comercio o intercambio de “favores”; en efecto, a cambio de protección, ofrecen al Todopoderoso o a alguna virgencita o a algún santo, alguna oración, velita, promesa, monedita o misa…

Lo que sí se evidencia en el relato del libro de Job es el “sufrimiento del inocente”. En Wikipedia encontramos que desde la más remota Antigüedad los pensadores se han enredado en el espinoso problema del hombre “bueno” que sufre y, en cambio, del “malo” que es feliz. Incluso Platón se preocupó del asunto y le dio una formulación precisa, aunque sin encontrarle una solución que no chocara contra la filosofía y la moral.

Varios mitos griegos se refieren a temas parecidos: Prometeo es culpable, pero la enormidad de su castigo

Es este, precisamente, el tema que trata el libro de Job: el protagonista, Job, es un hombre religioso, a quien Dios permite que Satanás someta a numerosas y espantosas pruebas. Mientras Job sufre bajo las acechanzas del Mal, tres buenos amigos intentan consolarlo, tratando de convencerlo de que si sufre es por culpa de sus propios pecados.

Satanás reta a Dios argumentando que el amor perfecto de Job es por causa de las bendiciones que ha recibido y no porque realmente Job ame a Dios. Yahvéh concede a Satanás el probar la integridad de Job.

El personaje sombrío, antagónico, el Diablo, coloca a prueba la fidelidad de Job con el “permiso de Dios”. Y Dios concede esta prueba con la única restricción de que no toque la vida de Job. Satanás entonces lo acecha y se ensaña, causándole múltiples desgracias como enfermedades (sarna), el ataque de caldeos y de sabeos contra sus criados; es informado de la muerte de su ganado, se vuelve pobre, su mujer lo repudia y tiene que sufrir incluso la muerte de sus hijos…

Job se enoja y se defiende, pues él sabe que la acusación que se le hace es un infundio y, por tanto, rechaza con energía el argumento que lo señala a él de ser el responsable. Cuando aparece un cuarto amigo que explica que el sufrimiento templa al alma y al espíritu, Job continúa quejándose.

Por último, Yahvéh en persona se hace presente, reprende a Job por no haber aceptado Su voluntad y por sus quejas, pero devuelve al protagonista a su antigua felicidad.

Aquí, podemos advertir algo que a muchos se les pasa: Dios ama a Job (como a todo hombre), con infinita ternura porque Él mismo es el Amor (1Jn 4,16). Ese amor es

Importa señalar aquí la creencia del judío antiguo. No se puede comprender el libro de Job sin tener en cuenta la enseñanza tradicional de los "sabios" israelitas acerca de la retribución divina. Según esa enseñanza, las buenas y las malas acciones de los hombres recibirían necesariamente en este mundo el premio o el castigo merecidos.

Esta era una consecuencia lógica de la fe en la justicia de Dios, cuando aún no se tenía noción de una retribución más allá de la muerte (cielo-infierno). Sin embargo, llegó el momento en que esta doctrina comenzó a hacerse insostenible, ya que bastaba abrir los ojos a la realidad para ver que la justicia y la felicidad no van siempre juntas en la vida presente. Si no todos los sufrimientos son consecuencia del pecado, ¿cómo se explican entonces?

El autor sagrado no se contenta con poner en tela de juicio la doctrina tradicional de la retribución. Al reflexionar sobre las tribulaciones de Job –un justo que padece sin motivo aparente– él critica la sabiduría de los antiguos "sabios" y la reduce a sus justos límites. Aquella sabiduría aspiraba a comprenderlo todo: el bien y el mal, la felicidad y la desgracia, la vida y la muerte. Esta aspiración era sin duda legítima, pero ten­día a perder de vista la soberanía, la libertad y el insondable

En el reproche que hace el Señor a los amigos de Job (42, 7), se rechaza implícitamente toda sabiduría que se erige en norma absoluta y que pretende encerrar a Dios en las categorías de la justicia humana.

Amigo Pedro, el personaje central de este Libro llegó a descubrir el rostro del verdadero Dios a través del sufrimiento.

No es otro el camino que debe recorrer el cristiano, pero debe hacerlo iluminado por el mensaje del Amor y de la Cruz, que da un sentido totalmente nuevo al misterio del dolor humano.

San Pablo escribió: "Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col. 1. 24). Y en otra parte: "Los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros" (Rom 8, 18).

Los escrituristas identifican en el libro de Job un inicio y un final bastante breves, más bien en forma de prosa, mientras que el grueso del libro (es decir, del capítulo 3 al 42) es un poema. El poema, a su vez, se divide en los tres discursos de los amigos de Job (Elifaz, Bildad y Sofar) con sus correspondientes réplicas. Sigue luego otro discurso, esta vez de Elihú y los dos de Yahveh.

Las argumentaciones de Elifaz tienen los siguientes pasos: el inocente no puede morir, el pecado es siempre castigado, Dios ve faltas en todos (incluido Job). El castigo que Job recibe es, por tanto, correctivo.

Las de Bildad hablan de la diversa suerte que espera al justo y al inicuo.

Las de Sofar van por el mismo lado de las faltas que son castigadas, incluso si son inconscientes (cf. Job 11, 5-12). Job se defiende afirmando continuamente su inocencia. Sin embargo, llega a manifestar una cierta arbitrariedad que dirigiría la actuación de Dios y a la que no hay manera de oponerse.

Elihú, por su parte, afirma que Dios prueba a los justos con sufrimientos para educarlos y forzar en ellos el clamor confiado en Dios salvador.

La respuesta de Yahveh da a entender que no entra en el debate precisamente por su trascendencia. Se sabe que hay una respuesta, pero Dios no la ha revelado todavía y muestra ante todo la sabiduría de su Creación como prueba de que ninguna arbitrariedad hay en su actuar sino un

Desde el punto de vista de la mentalidad judía, el problema que ofrece el libro de Job es complicadísimo. Para el judío, todo el Bien y todo el Mal provienen de Dios, porque Él ha creado todo.

Dios, al mismo tiempo, es completamente justo y observa una moralidad completa. ¿Cómo es posible que someta a Job a la aparente injusticia que se narra en el libro?

En tiempos antiguos, los hebreos no creían en una vida de ultratumba, y por lo tanto tampoco en premios o castigos después de la muerte. Estos conceptos se presentan por primera vez en Macabeos y en el Libro de Sabiduría. Si bien los fallecidos gozan en el Sheol de una especie de "semivida", en el Infierno de los antiguos judíos no se discriminaba a los buenos de los malos. Dios, por lo tanto, manifiesta su justicia en este mundo.

Por otra parte, la convicción de que la deidad ejerce la justicia sobre toda la comunidad deriva naturalmente de la estructura social de clanes que dominaba la vida de los judíos primitivos. También reside aquí la fuerte solidaridad que aglutina a los judíos (sufren juntos las penas y disfrutan juntos la bonanza). Los biblistas han observado que todos los libros sagrados obedecen a esta filosofía, que es especialmente visible en Deuteronomio, en Josué, en Jueces, Samuel y en I Reyes. Recién en Ezequiel aparece entre los israelitas el concepto de responsabilidades, premios y castigos individuales.

El problema, pues, se convierte en insoluble desde el punto de vista de Job.  No está sufriendo por los pecados de los antepasados (una forma primitiva de pecado original) ni por los de sus amigos y vecinos. El diálogo con sus amigos consoladores tiende a ignorar incluso la intervención demoníaca en sus penas.

 Se ha encontrado que el teólogo judío antiguo trató de justificar los inexplicables sufrimientos de Job a través de algún pecado ya olvidado o de faltas ocultas y nunca relatadas en el libro. Desde un punto de vista más moderno, se retorna a la acción maléfica del Diablo y al concepto del libre albedrío, condición necesaria para que se consume la alianza de Dios con Su pueblo. Si el Demonio no existiese, el Hombre no podría elegir entre el Bien y el Mal (Mal que Job elige indirectamente al increpar a Dios por su dolor).

Por estas y otras complejidades, Job ha sido llamado "el libro más difícil del Antiguo Testamento".

El Nuevo Testamento también responde a las angustiosas quejas de Job; lo vemos en el discurso del Monte, en las Bienaventuranzas; Jesús dice: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mat 5, 5).

Sin duda, se puede decir que Job es la rebeldía contra la injusticia del sufrimiento y del

Sí. Job es el hombre que se rebela contra Dios. No puede, ni resignarse a la injusticia que se comete contra él ni tampoco admite hacerse ateo. Sus principios se lo impiden.

Job, como muchos de nosotros en su momento, protesta contra Dios. El libro de Job es un relato que recurre al ejemplo concreto de una vida sufrida (la de Job), para hacer asequible una verdad abstracta difícilmente inteligible pero que llega directamente al corazón. Lo fundamental de su lectura es que nos habla de un hombre que

Ser discípulo es una prueba. No hay duda. Tú mismo, con seguridad lo has experimentado: el que ha escuchado la llamada del Señor se ve marcado por una “herida” que nada podrá hacer olvidar.

Como Jacob, el creyente se ha quedado cojo para toda la vida. El Evangelio toma cuerpo cuando Jesús “sube” a Jerusalén. La fe nace a lo largo de ese camino de la cruz, en ese largo debate entre el poder de las tinieblas, que se despliega con toda su fuerza, y la humilde plegaria del servidor: "¿

¿Quién despertará a la fe sino aquel que se pone a seguir a Jesús y le dice con humildad: "

Las enseñanzas del libro de Job son, como decía nuestro Señor, un

Bueno, Pedro, me gustaría saber que estas humildes líneas te hayan interesado. Seguramente ya conocías todo lo que aquí apunté, pero lo he hecho con la certeza de que, en no pocas oportunidades, la relectura de lo que ya sabemos nos remite a las raíces y nos invita a beber de la fuente segura, que es Cristo, el Redentor nuestro.

Con el aprecio y la consideración fraternal de siempre,


José Antonio Juric B.



[1] En algunas Biblias encontré este nombre escrito con “S” (Us).