BIENAVENTURADOS LOS POBRES
El evangelio de este domingo pertenece al
llamado “Sermón de la llanura”. En él, el evangelista Lucas realiza una
estructura simétrica en la que enuncia cuatro bienaventuranzas y cuatro
maldiciones. Las bienaventuranzas son:
– Bienaventurados los pobres, porque vuestro es
el reino de Dios.
– Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque
quedaréis saciados.
– Bienaventurados los que ahora lloráis, porque
reiréis.
– Bienaventurados
cuando os odien, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como
infame, por causa del Hijo del hombre.
Las maldiciones:
– ¡Ay de vosotros, los ricos…!
– ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados…!
– ¡Ay de vosotros, los que ahora reís…!
– ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros…!
Está claro que las Bienaventuranzas
constituyen el tema más debatido del Evangelio, en especial la primera: «Bienaventurados
los pobres»; y la segunda: «Bienaventurados los que
ahora tenéis hambre» (Lucas 6, 20-21). Si en el lenguaje
bíblico «bienaventurados» significa lo mismo que «felices», y se nos ha
enseñado que Dios quiere que seamos felices, entonces, ¿Cómo es que Jesús
proclama la pobreza como un estado para ser felices? La verdad es que las Bienaventuranzas
sobrepasan toda lógica humana. Cualquier intento de aclararlas racionalmente
está abocado al fracaso. Sin experiencia profunda de lo humano, las Bienaventuranzas
son un sarcasmo. Ni el sentido común ni el instinto pueden aceptarlas.
Hoy estamos en condiciones de afirmar que la
interpretación literal no tiene ni pies ni cabeza. El colmo del cinismo llegó
cuando en el pasado se intentó convencer al pobre de que aguantara estoicamente
su pobreza, incluso diera gracias a Dios por ella, porque se lo iba a pagar con
creces en el más allá. A nadie se le ocurriría decir al que lleva dos días sin
comer: ¡Qué suerte tienes! Debías estar feliz y contento. Sería como dar a
entender que Dios está encantado de que la gente sufra. Es absurdo.
No tenemos ni idea de cómo las formuló originalmente
Jesús, por eso se hace necesario realizar un estudio, confrontando estos
versículos con los que recoge Mateo (5, 1-12), que narra nueve, pero además,
añade un matiz que trata en parte de explicar ya la dificultad para
entenderlas. Dice Mateo: «Bienaventurados los pobres EN EL ESPÍRITU».
También se hace necesario analizar este sermón de Jesús a la luz de textos del
Antiguo Testamento. ¿Cuál es, pues, el criterio de Jesús para llamar
“bienaventurados” a unos, y “malditos” a otros? la respuesta la encontraríamos con
claridad en la Primera Lectura, que corresponde al profeta Jeremías (Jeremías
17, 5-8):
– «Bendito quien confía en el Señor y pone
en el Señor su confianza».
– «Maldito quien confía en el hombre, y
busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor».
Descubiertas todas estas dificultades, yo
haría una formulación distinta: Bienaventurado el pobre, si no permite que su
“pobreza” le atenace. Bienaventurado el rico, si no se deja dominar por su
“riqueza”. No sabría decir qué es más difícil. En ningún momento debemos
olvidar los dos aspectos. Ser dichoso, feliz, bienaventurado, es ser libre de
toda atadura que te impida desplegar tu humanidad. Se proclama dichoso al
pobre, no la pobreza. Se declara nefasta la riqueza, no al rico. Tanto la
pobreza como la riqueza son malas si nos impiden “ser”, es decir, si desfiguran
nuestra dignidad y la del nuestro prójimo. Me imagino que el pobre es dichoso,
no por serlo, sino por no causar pobreza a los demás.
Llevamos más de dos mil años intentando
armonizar cristianismo y riqueza, salvación y poder. A menudo pensamos que nadie
se debe sentir responsable de los que mueren de hambre. Vivimos en el hedonismo
e insensibilidad más absoluta y a muchos no les preocupa la suerte de los que
no tienen un pedazo de pan para evitar la muerte. Jesús lo que quiere decirnos es
que, si tal injusticia acarrea muerte, alguien tiene la culpa.
Las bienaventuranzas ni hacen referencia a
un estado material, ni preconizan una revancha futura de los oprimidos, ni
pueden usarse como tranquilizante con la promesa de una vida mejor para el más
allá. Las bienaventuranzas quieren expresar, que, aún en las peores
circunstancias que podamos imaginar, las posibilidades de ser plenamente humanos
en plenitud, no nos las puede arrebatar nadie.
Nunca me ha gustado la interpretación
parcial de aquéllos que atacan (y, además, impúdicamente) al que dispone de
bienes por encima del estándar de la clase media, como lo hacen los comunistas
y sus tontos útiles. En especial, rechazo el ataque contra los que ponen a
producir sus riquezas y crean empleo y bienestar a muchas personas.
Las bienaventuranzas presuponen una actitud
vital escatológica, es decir, una experiencia del Reino de Dios, que es Dios
mismo como fundamento de mi ser. El primer paso hacia esa actitud es el superar
el egoísmo que nos lleva al individualismo, en círculos concéntricos cada vez
más amplios, comenzando por nuestro núcleo familiar.
Con todo, pensamos que también habría que
incluir como bienaventurados a aquéllos que disponen de una inmensa riqueza
interior y la comparten. Uno de los mejores ejemplos es el del australiano Nick
Vujicic, dotado de una enorme resiliencia, con la cual pudo desarrollar una
colosal personalidad: