A raíz de los comentarios que salieron recientemente en este
canal sobre el covid-19, he consultado algunos artículos y libros de
Microbiología y Biología Molecular de Jéssica, que me ayudaron a compilar los
siguientes datos de interés.
Algunos mecanismos no los alcanzo a entender por completo,
pero he intentado recoger lo que creo es más importante para los no versados,
pecando conscientemente de exceso de simplificación. Pido permiso a Ana, mi cuñada, en su
condición de médico cirujano y de mi hija Jéssica, licenciada en Biología, por meter
mis narices en sus campos específicos, pero la curiosidad me pudo.
A pesar de los numerosos artículos y opiniones que circulan
a diario por los medios de comunicación, en especial en las redes sociales y
distintas webs, la pandemia que sobrellevamos plantea aún numerosas
interrogantes sobre los virus, las pestes, los procesos de infección,
multiplicación, propagación y sus efectos. Debido a que se habla no sólo de los
mecanismos físicos sino también psicológicos que causan, consulté algunos
libros de Psicología (particularmente la denominada “psiquiatría biológica”),
que intenta responder el por qué dependiendo del perfil psicosomático de las
personas, bajo la misma afección, pueden darse padecimientos distintos.
Hubo que esperar una serie importante de hallazgos para
entender algunos procesos de las enfermedades. Así, en el siglo pasado, la
Biología Molecular aportó una contribución fantástica a la ciencia, demostrando
la universalidad del código genético: todos los seres vivos, desde la
ameba más primitiva, pasando por los extintos dinosaurios, los primates y
llegando hasta el “homo sapiens” de hoy, emplean en su estructura
celular el mismo lenguaje genético para producirse y reproducirse, formado éste
fundamentalmente por la combinación de cuatro moléculas básicas designadas por
letras: la A (adenina), la C (citosina), la G (guanina) y
la T (timina).
En la doble hélice del ADN se ha descubierto que la A
siempre está atada a la T, y la C con la G, debido principalmente a los enlaces
que crea el hidrógeno. Estos enlaces forman en las moléculas una fuerza
intermolecular muy común en las sustancias biológicas y es responsable en gran
medida de las propiedades y la estructura tridimensional de las biomoléculas,
como proteínas o ácidos nucleicos. De hecho, es la formación de los enlaces de
hidrógeno lo que da su estructura al ADN y ocasiona que la base citosina esté
siempre enfrentada con la molécula de guanina y la de timina con la adenina.
Conviene recordar que tanto el ADN (Ácido DesoxirriboNucleico)
como el ARN (Ácido RiboNucleico) son ácidos nucleicos y
macromoléculas que trabajan juntas para preservar y transmitir la
información genética que define todos los elementos vitales y
característicos de los seres vivos. El ADN es una especie de “manual de
instrucciones” sobre la construcción de la vida que conocemos, porque
define a todos los seres vivos por igual. El ARN, en cambio, tiene la función
de “guardar, transportar y transmitir la información entregada por el ADN”.
Aunque ADN y ARN son elementos comunes a las estructuras genéticas de todo
organismo vivo, ellos no son “la vida” en sí misma. La imposibilidad de “crear”
vida en el laboratorio produce honda frustración a los científicos
materialistas, pero de eso hablaremos en otra ocasión.
Consecuentemente, hay que decirlo: un virus no es un
organismo vivo, sino una o más moléculas de ácidos nucleicos (ADN o ARN),
cubiertas por una capa protectora (estilo placenta) de proteínas y, por lo
tanto, no tiene el poder de multiplicarse, condición necesaria para
considerarse un ser con vida. Los virus se rigen, pues, por un “código de
conducta” programado en su constitución. Para cobrar vida, los virus necesitan
infectar otros organismos (células de animales, plantas, hongos y hasta
bacterias) y usar los componentes de la célula huésped para hacer copias de sí
mismos. Como un virus no puede replicarse en sí mismo, a menudo daña o mata a
la célula huésped en el proceso de multiplicación. Hay virus capaces incluso de
infectar otros virus.
En algunos casos, como sucede con los retrovirus (que tienen
un genoma ARN que se transcribe inversamente a ADN), la naturaleza del material
genético puede variar a lo largo de su ciclo de vida de modo que, aunque el
virión contenga ARN de cadena sencilla, este ARN se transforma en ADN de cadena
doble cuando el genoma viral se integra en el de la célula receptora. Los
retrovirus son responsables del sida y de algunos tipos de cáncer.
Salvo los llamados
“megavirus”, los virus son tan pequeños que no pueden verse con microscopios
ópticos. Por ser cien veces más pequeños que las bacterias, requieren ser observados
con microscopios electrónicos o novísimas técnicas empleadas en la
investigación de fenómenos subatómicos.
Actualmente se conocen unos
5 mil virus, aunque algunos científicos opinan que podrían existir millones de
tipos diferentes. Se encuentran en todos los ecosistemas de la Tierra y son
diez veces más numerosos que las bacterias.
La mayoría de los virólogos sostienen que, puesto que los
virus no tienen la misma biología que las bacterias, no pueden ser combatidos
con antibióticos. Hasta donde se sabe por experimentación, tan sólo ciertos
tipos de vacunas o medicaciones antivirales pueden eliminar o reducir la
severidad de las enfermedades virales como el cólera, la fiebre amarilla, la hepatitis
C, sarampión, viruela, el sida, el ébola y la que produce el actual covid-19
(técnicamente SARS-CoV-2).
El mecanismo de infección del coronavirus covid-19, causante
de la actual pandemia, es el siguiente: Los virus, al contacto con las células
de las mucosas nasal, bucal u ocular, son absorbidos por éstas, cambiando el
código genético de las células infectadas (es decir, mutan), convirtiéndose los
virus en “células agresoras” con alto poder de multiplicarse. Con la ayuda de
las células contagiadas (las cuales son destruidas al ser atacadas), cada virus
puede llegar a crear entre 10 mil y 100 mil réplicas.
El virólogo español Esteban Domingo, del Centro de Biología
Molecular Severo Ochoa en Madrid, fue pionero (1970) en demostrar que, nada más
entrar en un ser vivo, un virus con una secuencia genética definida se
multiplica acumulando “errores”, de una letra por otra, hasta formar “una nube
de mutantes”, distintos los unos de los otros, pero agrupables en
“cuasiespecies virales”. La mutación no es un hecho extraordinario para ellos,
la mutación es su modus vivendi. Es su manera de funcionar. Cada mutación es
como una lotería: sigue un proceso completamente aleatorio. Así que la
secuencia genética de un virus se puede leer así: GCTGGTAATGCAACAGAA…
Por contrapartida, se habla
también de la existencia de mutaciones “debilitantes”: suelen ser aquellas que,
de continuar su proceso regresivo, al final de las etapas los virus se van
debilitando hasta extinguirse por su imposibilidad a multiplicarse. En estos
casos, las mutaciones definitivamente restan virulencia. Esta observación ha
hecho que se inicie una nueva línea de investigación para combatirlos.
Manifiestan algunos
virólogos que si se confirma el comportamiento de “nube de mutantes” del nuevo
coronavirus, la estrategia para el tratamiento
de la enfermedad tendría que ser no con un solo fármaco, ya que sería
muy fácil que surjan mutantes resistentes y que los antivirales dejen de
funcionar. En los años ochenta y noventa esto resultó patente con el virus del
sida. Si un virus realmente tiene este comportamiento de “nube de mutantes”,
como lo tiene también el virus del sida, la estrategia debiera ser atacarle al
menos con dos fármacos o, si fuera posible con tres, porque un mismo virus
tendría que mutar en varios sitios a la vez para escapar de esta mezcla de
fármacos. Estadísticamente, las probabilidades de frenar la infección son mucho
más altas si se ataca con una combinación de antivirales que si se ataca
simplemente con un solo antiviral.
Las “nubes de mutantes” también tienen
implicaciones para las vacunas. Cuando un virus cambia puede dar lugar a
fracasos de vacunas. La vacuna de la gripe (tal vez habría que decir “de las
gripes”), se renueva cada año porque el virus va cambiando. También puede ser
que no sea posible por los momentos desarrollar una vacuna eficaz, como en el
caso del virus de la hepatitis C, que tiene unos tratamientos excelentes, pero
no existe vacuna.
Como se ha dicho, el covid-19 puede infectar directamente
células cercanas o desplazarse a través de pequeñas gotitas que escapan de
pulmones o boca, pudiendo desarrollar severas neumonías. La infección causa
fiebre a medida que el sistema inmunitario lucha para eliminar el virus. En
algunos casos, el organismo puede reaccionar desmesuradamente, pudiendo la
persona ahogarse en la propia flema que genera el sistema inmunológico. Las
secuelas de haber desarrollado y padecido el covid-19 son muy diversas y pueden
variar de un paciente a otro.
Al estar encapsulados en una película de grasa, los virus se
deshacen al contacto con el jabón. De allí la importancia del uso de la
solución jabonosa, y del alcohol al 97% con algún gel (en proporción sugerida
3:1).
El covid-19 no es fundamentalmente distinto de los demás
virus ya conocidos y tiene un comportamiento parecido en cuanto a ser “nubes de
mutantes”. Es un virus ARN y se está viendo lo esperable: cuasiespecies de
rápida evolución en la naturaleza. No solamente son “nubes de mutantes”, sino
que, si se compara el virus de China con el de Brasil o el de España, todos son
distintos, como era de esperar por los investigadores. Si dos personas están
infectadas por el nuevo coronavirus, una persona es una “nube de mutantes”
diferente de la otra. Esa nube es responsable de lo que se denomina “carga
vírica”, es decir, que la agresividad de una infección está relacionada
directamente por la cantidad y “calidad” de los virus contenidos en la nube. Esto
también ocurre con otros virus que se han estudiado bien, por ejemplo, el de la
hepatitis C y otros muchos.
Cuando alguien queda infectado por el virus de la gripe, por
ejemplo, si se realizara un análisis de la “nube de mutantes” el primer día, y
otro el segundo día después de la infección, los resultados serán distintos.
Todo esto parece una cosa revolucionaria y muy nueva, pero hay una explicación:
hasta ahora no se tenían buenos métodos para secuenciar lo que hay en una “nube
de mutantes”; pero ahora existen técnicas de secuenciación masiva, con
capacidad de sacar miles y miles de secuencias genéticas, a veces millones, de
una sola muestra biológica.
Parece que, en una misma cadena de transmisión entre
personas, el nuevo coronavirus tiene un ritmo de alrededor de dos mutaciones al
mes, o sea, alrededor de unas 25 al año, con un genoma de casi 30.000 letras.
Bueno, hasta aquí unas
pinceladas sobre la biología básica de los virus y su etiología. Ahora,
permítanme exponer algunas curiosidades observadas desde la Psiquiatría. Antes,
se hace necesaria una brevísima introducción, enlazando la psiquis con lo
somático, porque no se trata de entidades separadas, sino que el ser humano es
un organismo unitario, monolíticamente constituido. Soma y Psique, pues, forman
una indivisa unidad funcional.
Desde el siglo XIX se sabe que la estructura del cerebro
humano puede dividirse, desde el punto de vista anatómico, en cuatro partes
diferentes: encéfalo (implicado en el pensamiento consciente y la
memoria); cerebelo (que controla patrones motores complejos); diencéfalo
(que transmite información de los sentidos al cerebelo y controla el
mantenimiento del medio interno u homeostasis) y, finalmente, el tronco
encefálico o cerebral (que une el cerebro a la médula espinal y regula el
corazón, los pulmones y el sistema digestivo).
Ciertas técnicas de registro de imagen o de estimulación
magnética transcraneal evidencian zonas cerebrales que responden o se activan
especialmente con ocasión de experiencias mentales superiores, como la
conciencia del “yo”, los sentimientos de respuesta moral, la empatía o
comprensión de los sentimientos de otras personas, la creatividad, así como las
experiencias de trascendencia y espiritualidad (aunque estas últimas puedan
darse también en otras áreas cerebrales). Es como si el anhelo por saber
quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos estuviera implantado en el
diseño del cerebro humano y en la información del ADN que lo engendra.
En la parte central interna del córtex se halla el
sistema límbico que hace posible las reacciones emocionales y los sentimientos.
Un conjunto de estructuras formadas por el bulbo olfatorio, el hipocampo
(relacionado con la memoria), los cuerpos mamilares (que controlan el estado de
alerta), un conjunto de fibras llamado fórnix que los conecta con el
hipocampo y las amígdalas cerebrales (relacionadas con la memoria emocional y
el miedo).
Las emociones son una parte fundamental de la
conducta humana que orientan la vida hacia el bienestar y la felicidad, aunque
también intervienen -bastante más de lo que se creía hasta ahora- en los
procesos del razonamiento.
El hipotálamo se
encuentra en el mismo centro del encéfalo y está constituido por una docena de
núcleos que son los responsables de conductas fundamentales para la
supervivencia. De ellos dependen la sexualidad, la ingesta alimentaria o la
agresividad, entre otros comportamientos. El hipotálamo está íntimamente
relacionado con la hipófisis, una de las glándulas endocrinas centrales
del ser humano y de otros animales, ya que
dirige el sistema hormonal más complejo. Controla las hormonas sexuales,
las tiroideas, las suprarrenales, las del crecimiento, la oxitocina, la hormona
antidiurética, la prolactina y la hormona estimulante de los melanocitos. De
manera que el hipotálamo y la hipófisis son como el subcerebro vegetativo de la
persona.
Por último, está el tronco cerebral formado por el
puente, el cerebelo (que, como se ha señalado, controla patrones motores
complejos como el equilibrio o la coordinación motora) y la parte superior de la
médula. Funciones automáticas como la respiración, los latidos del corazón,
la regulación de la presión arterial, el ritmo circadiano de las fases de
vigilia y sueño en función de la segregación de melatonina y, en fin, otros
reflejos como estornudar o vomitar dependen de este tronco cerebral.
Tradicionalmente se suponía que el mundo mental se circunscribía
exclusivamente al cerebro y sus adyacencias. Sin embargo, la Neurobiología
actual acepta que, aunque el cerebro es una pieza fundamental, la mente se remite
más bien a todo el cuerpo. Se ha podido comprobar que las emociones suelen
estar profundamente visceralizadas. Es decir, que nuestros estados de ánimo
pueden afectar directamente al funcionamiento de nuestros órganos y, por tanto,
a la solidez del sistema inmunológico. Las actividades mentales suelen influir
decisivamente en las vísceras (a eso se le llama “transferencias psicosomáticas”).
Al respecto, me viene a la mente una anécdota de papá. Tata contó que cierta
vez, durante la II Guerra Mundial, fue destacado junto a otro soldado a
custodiar desde dentro el vagón de un tren, por lo que el cerrojo se hallaba
afuera. El viaje se prolongó toda la noche. Cuando a la mañana siguiente
llegaron al destino y desde afuera abrieron el portón del vagón, el compañero
había experimentado tanto miedo toda la noche, que su pelo se había vuelto
blanco completamente. Algunos dibujos animados resaltan este singular fenómeno
presentando al personaje atemorizado, con los ojos desorbitados, la boca
abierta y los pelos parados y de color blanco.
La psicología tradicional asignaba al ser humano el “yo”, el
“super-yo” y el “ello”. Algunos neurobiólogos consideran que este modelo
psicológico de la mente humana sigue siendo el mejor que se ha propuesto hasta
ahora y que la maduración del “yo” depende de una correcta evolución de estas
tres instancias freudianas. Hoy día se incluye el “yo somático”, el “yo
psicológico”, el “yo ético”, el “yo social” y el “yo maduro” ... Todos ellos se
refieren al hecho de que el cerebro no es el único órgano responsable del mundo
mental (sano o enfermo), sino que forma parte de todo el organismo con el que
está íntimamente relacionado. Otras partes del cuerpo, como el aparato
digestivo, la flora intestinal, la piel que recibe sensaciones táctiles o las
impresiones visuales que se asimilan al observar un rostro, etc., se integran
también en la percepción del “yo”, constituyendo a la persona como una unidad
psicosomática.
Aquí cabría plantear la siguiente pregunta: ¿Cuándo,
entonces, una enfermedad es psicosomática? El profesor Ignacio Burk, autor del
conocidísimo texto de “Psicología, un enfoque actual”, que hemos
empleado casi todos los estudiantes venezolanos en bachillerato, responde lo
siguiente: “Es más fácil decir cuáles son las enfermedades no psicosomáticas.
No lo son las que padecen hombres y animales silvestres por igual:
traumatismos, envenenamientos, malformaciones, etc. En lo que respecta a las
enfermedades infectocontagiosas, sin embargo, la situación no es tan simple. Mucho
depende de la vía de infección”. La fiebre amarilla, por ejemplo, producida
por la inoculación del virus por el mosquito “aedes aegipti”,
difícilmente tiene que ver con los temores o lo que piensa el sujeto infectado.
No así el cólera. El virión
del morbo necesita pasar por el estómago para infectar al sujeto desde el
intestino. Siendo el contenido gástrico normalmente ácido, el virión suele ser
aniquilado en el mismo estómago. Pero algunos factores como la crónica angustia
humana, la pobreza extrema y la mala alimentación, entre otros, inhiben la
secreción del ácido clorhídrico del estómago. De este modo, los viriones logran
atravesar la barrera gástrica y llegar al intestino, donde se desarrolla la
enfermedad.
Es un caso donde la enfermedad se decide desde el psiquismo
de la persona afectada. Afirma el profesor Burk que: “De hecho, el cólera ataca
precisamente a aquellas personas que más lo temen, por robustos que sean”. “Se
sabe con certeza que muchos trastornos digestivos, úlceras gástricas y duodenales,
trombosis coronarias e infartos al miocardio, hipertensión arterial, diabetes,
alergias, eczemas, asma, etc. se deben a la persistente fustigación emocional
de una ‘mente’ mal controlada”.
Para concluir, planteamos la siguiente interrogante: ¿Hasta
qué punto contagios como los producidos por el covid-19 y el consecuente
desarrollo de la enfermedad se deben a mecanismos de tipo psicosomáticos? Esta es
una pregunta difícil, aún para los especialistas y creemos que sólo podrá ser
respondida en los próximos lustros por médicos psicólogos, médicos
psicosomatólogos y médicos psiconeuroinmunoendocrinólogos, entre otros.