domingo, febrero 13, 2022

 

BIENAVENTURADOS LOS POBRES


 

   El evangelio de este domingo pertenece al llamado “Sermón de la llanura”. En él, el evangelista Lucas realiza una estructura simétrica en la que enuncia cuatro bienaventuranzas y cuatro maldiciones. Las bienaventuranzas son:

   Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.

   Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.

   Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.

   Bienaventurados cuando os odien, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre.

 

Las maldiciones:

   ¡Ay de vosotros, los ricos…!

   ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados…!

   ¡Ay de vosotros, los que ahora reís…!

   ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros…!

 

   Está claro que las Bienaventuranzas constituyen el tema más debatido del Evangelio, en especial la primera: «Bienaventurados los pobres»; y la segunda: «Bienaventurados los que ahora tenéis hambre» (Lucas 6, 20-21). Si en el lenguaje bíblico «bienaventurados» significa lo mismo que «felices», y se nos ha enseñado que Dios quiere que seamos felices, entonces, ¿Cómo es que Jesús proclama la pobreza como un estado para ser felices? La verdad es que las Bienaventuranzas sobrepasan toda lógica humana. Cualquier intento de aclararlas racionalmente está abocado al fracaso. Sin experiencia profunda de lo humano, las Bienaventuranzas son un sarcasmo. Ni el sentido común ni el instinto pueden aceptarlas.

 

   Hoy estamos en condiciones de afirmar que la interpretación literal no tiene ni pies ni cabeza. El colmo del cinismo llegó cuando en el pasado se intentó convencer al pobre de que aguantara estoicamente su pobreza, incluso diera gracias a Dios por ella, porque se lo iba a pagar con creces en el más allá. A nadie se le ocurriría decir al que lleva dos días sin comer: ¡Qué suerte tienes! Debías estar feliz y contento. Sería como dar a entender que Dios está encantado de que la gente sufra. Es absurdo.

 

   No tenemos ni idea de cómo las formuló originalmente Jesús, por eso se hace necesario realizar un estudio, confrontando estos versículos con los que recoge Mateo (5, 1-12), que narra nueve, pero además, añade un matiz que trata en parte de explicar ya la dificultad para entenderlas. Dice Mateo: «Bienaventurados los pobres EN EL ESPÍRITU». También se hace necesario analizar este sermón de Jesús a la luz de textos del Antiguo Testamento. ¿Cuál es, pues, el criterio de Jesús para llamar “bienaventurados” a unos, y “malditos” a otros? la respuesta la encontraríamos con claridad en la Primera Lectura, que corresponde al profeta Jeremías (Jeremías 17, 5-8):

   «Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza».

   «Maldito quien confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor».  

 

   Descubiertas todas estas dificultades, yo haría una formulación distinta: Bienaventurado el pobre, si no permite que su “pobreza” le atenace. Bienaventurado el rico, si no se deja dominar por su “riqueza”. No sabría decir qué es más difícil. En ningún momento debemos olvidar los dos aspectos. Ser dichoso, feliz, bienaventurado, es ser libre de toda atadura que te impida desplegar tu humanidad. Se proclama dichoso al pobre, no la pobreza. Se declara nefasta la riqueza, no al rico. Tanto la pobreza como la riqueza son malas si nos impiden “ser”, es decir, si desfiguran nuestra dignidad y la del nuestro prójimo. Me imagino que el pobre es dichoso, no por serlo, sino por no causar pobreza a los demás.

 

   Llevamos más de dos mil años intentando armonizar cristianismo y riqueza, salvación y poder. A menudo pensamos que nadie se debe sentir responsable de los que mueren de hambre. Vivimos en el hedonismo e insensibilidad más absoluta y a muchos no les preocupa la suerte de los que no tienen un pedazo de pan para evitar la muerte. Jesús lo que quiere decirnos es que, si tal injusticia acarrea muerte, alguien tiene la culpa.

 

   Las bienaventuranzas ni hacen referencia a un estado material, ni preconizan una revancha futura de los oprimidos, ni pueden usarse como tranquilizante con la promesa de una vida mejor para el más allá. Las bienaventuranzas quieren expresar, que, aún en las peores circunstancias que podamos imaginar, las posibilidades de ser plenamente humanos en plenitud, no nos las puede arrebatar nadie.  

 

   Nunca me ha gustado la interpretación parcial de aquéllos que atacan (y, además, impúdicamente) al que dispone de bienes por encima del estándar de la clase media, como lo hacen los comunistas y sus tontos útiles. En especial, rechazo el ataque contra los que ponen a producir sus riquezas y crean empleo y bienestar a muchas personas.

 

   Las bienaventuranzas presuponen una actitud vital escatológica, es decir, una experiencia del Reino de Dios, que es Dios mismo como fundamento de mi ser. El primer paso hacia esa actitud es el superar el egoísmo que nos lleva al individualismo, en círculos concéntricos cada vez más amplios, comenzando por nuestro núcleo familiar.

 

   Con todo, pensamos que también habría que incluir como bienaventurados a aquéllos que disponen de una inmensa riqueza interior y la comparten. Uno de los mejores ejemplos es el del australiano Nick Vujicic, dotado de una enorme resiliencia, con la cual pudo desarrollar una colosal personalidad:

https://youtu.be/bSGJst9mc40