sábado, septiembre 17, 2011

ELÍAS CALIXTO POMPA

Poeta venezolano (1834-1887), expone en esta serie de tres sonetos sus ideas acerca del empleo más noble que puede dar el hombre a la vida: de niño, enriquecer su mente con el estudio; de joven y en la edad viril, trabajar activo, para tener la satisfacción de conquistarse el bienestar y la independencia, gracias al propio esfuerzo; y, ya anciano, gozando en paz del merecido descanso, ilustrar a la juventud con la luz de sus sabios consejos.




ESTUDIA
Es puerta de luz un libro abierto:
Entra por ella, niño, y de seguro
Que para ti serán en lo futuro
Dios más visible, su poder más cierto.
El ignorante vive en el desierto
Donde es el agua poca, el aire impuro;
Un grano le detiene el pie inseguro;
Camina tropezando; ¡vive muerto!
En ese de tu edad abril florido,
Recibe el corazón las impresiones
Como la cera el toque de las manos:
Estudia, y no serás, cuando crecido,
Ni el juguete vulgar de las pasiones,
Ni el esclavo servil de los tiranos.


TRABAJA

Trabaja, joven, sin cesar trabaja:
La frente honrada que en sudor se moja,
Jamás ante otra frente se sonroja,
Ni se rinde servil a quien la ultraja:
Tarde la nieve de los años cuaja
Sobre quien lejos la indolencia arroja;
Su cuerpo al roble, por lo fuerte, enoja;
Su alma del mundo al lodazal no baja.
El pan que da el trabajo es más sabroso
Que la escondida miel que con empeño
Liba la abeja en el rosal frondoso;
Si comes ese pan, serás tu dueño,
Mas si del ocio ruedas al abismo,
Todos serlo podrán, menos tú mismo.


DESCANSA

Ya es blanca tu cabeza, pobre anciano;
Tu cuerpo, cual la espiga al torbellino
se dobla y rinde fácil; ya tu mano
el amigo bordón del peregrino
Maneja sin compás, y el aire sano
Es a tu enfermo corazón mezquino.
Deja la alforja, ve, ¡descansa ufano
en la sombreada orilla del camino!
Descansa, sí, mas como el sol se
acuesta, Viajero como tú, sobre el ocaso,
y al astro que le sigue un rayo presta:

Abre así con amor tus labios viejos
y alumbra al joven que te sigue el paso
¡Con la bendita luz de tus consejos!


SERVIR

"Si no vives para servir, no sirves para vivir" 

(San Juan Bosco) 

NOSSO OBJETIVO É CONVOCAR E SERVIR MELHOR | Escolapios Brasil Bolivia


Toda naturaleza es un anhelo de servicio.
Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco...

Donde hay un árbol que plantar, plántalo tú.
Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, acéptalo tú.
Sé tú el que apartó la piedra del camino, el odio entre los corazones, las dificultades del problema.

Hay la alegría de ser sano y la de ser justo.
Pero hay, sobre todo, una inmensa alegría de servir.
Qué triste sería el mundo si todo en él estuviera hecho,
si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender...

No sólo se hace mérito con los grandes trabajos;
hay pequeños servicios: adornar una mesa, ordenar unos libros...
El servir no es faena de seres inferiores.
Dios, que da el fruto y la luz, sirve.

Y tiene fijos los ojos en nuestras manos
y nos pregunta cada día:
¿serviste hoy?
                                         
(Gabriela Mistral)

jueves, septiembre 15, 2011

EMPIEZA POR TI



Durante la visita que hice a las criptas de la Abadía de Westminster, sobre la tumba de un obispo anglicano (1.100 D.C.) encontré la siguiente inscripción:

"Cuando era joven y libre, y mi imaginación no tenía limites, soñaba con cambiar el mundo.
 Al volverme más viejo y más sabio, descubrí que el mundo no cambiaría; entonces acorté un poco mis objetivos, y decidí cambiar sólo mi país... pero también él parecía inamovible.
Al ingresar en mis años de ocaso, en un último intento desesperado, me propuse cambiar sólo a mi familia, a mis allegados, pero por desgracia, no me quedaba ya ninguno...
Y ahora, que estoy en mi lecho de muerte, de pronto me doy cuenta: Si me hubiera preocupado primero por cambiarme a mí mismo, con el ejemplo habría cambiado a mi familia, a partir de su inspiración y estímulo podría haber hecho un bien a mi país y, quién sabe, tal vez incluso habría podido cambiar al mundo."

martes, septiembre 13, 2011

CARTA A MI AMIGO PEDRO





La conversación que sostuvimos en la Parroquia hace unos días sobre el libro de Job me dejó algo desconcertado. Pensé que en algún momento pudiéramos reanudar nuestras reflexiones al respecto. Pero, ya pasado algún tiempo, me percaté que, tanto por tus ocupaciones como por las mías, iba a ser difícil que coincidiéramos nuevamente a corto plazo.

Me apresuro a escribirte, reconociendo no obstante que no será igual que el intercambio personal. Aun así, con las limitaciones propias de la comunicación en un solo sentido, intentaré abordar lo más completamente posible los vacíos de aquélla ocasión. Sin ánimo de ofender tu sensibilidad, he recogido unas reflexiones propias y las complementé con algunas notas que tenía sobre el tema. Espero sean de tu interés.

Para comenzar, vemos que el libro de Job en la Biblia católica Nácar-Colunga de un amigo,

Bueno, comienzo diciendo que el autor del libro es desconocido, aunque la tradición lo atribuya a Moisés.

Algunos especialistas datan el libro entre el año 500 a. C. y el año 250 a. C., pero su cita en antiguos manuscritos judíos descartan tal opción. Popularmente se considera que este libro fue escrito alrededor del año 1473 a. C. Este es un problema menor para nosotros y se lo dejamos a los especialistas. Lo que nos importa aclarar en esta ocasión es el sentido y finalidad de este libro tan “misterioso”.

Para algunos eruditos, el santo Job es un personaje bíblico sometido a una opresiva prueba por Satanás con la “autorización de Dios”. La dignidad y temple de este hombre para salvar las adversidades que se le van presentando es usado por muchos credos religiosos como un ejemplo de santidad, integridad de espíritu y fortaleza ante las dificultades.  

Job era un ganadero muy rico, con 7 hijos y 3 hijas y numerosos amigos y criados. Vivía en "la tierra de Uz[1]", la cual es una ciudad mencionada como parte del reino de Edom.

El libro comienza presentando a Job de la siguiente manera:

«Érase una vez un hombre llamado Job, que vivía en el país de Uz. Era un hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y apartado del mal.» (Job 1, 1).

En la Biblia de Jerusalén on-line, el mismo versículo está anotado así:

« Había una vez en el país de Us un hombre llamado Job: hombre cabal, recto, que temía a Dios y se apartaba del mal. » (Job 1, 1).

Observa, Pedro, que el autor sagrado no presenta a Job desde el inicio como una persona santa; ni siquiera dice que era buena. Era, por decirlo de alguna manera, una de esas tantas personas que vive su vida “sin hacerle daño a los demás”, o como dicen muchos por ahí: “sin meterse con nadie”. Era una persona normalita, con una familia numerosa, muy rico eso sí, pero con una moral algo así como “neutra”; no le hacía daño a nadie, pero tampoco era un ejemplo de caridad y compromiso hacia los demás (excepto para su núcleo familiar inmediato).

Como después lo encontraremos en los evangelios, el proceder de Job se parecía mucho a la de los fariseos del tiempo de Jesús: daba lecciones de conducta (ver 4, 3) y hasta ofrecía a Dios un holocausto por cada uno de los hijos, por si acaso hubiesen pecado (ver 1, 5).  La costumbre, aunque con formas y maneras distintas, la observamos hoy también en muchos cristianos: practican con Dios o quien represente a “la Trascendencia”,  una especie de comercio o intercambio de “favores”; en efecto, a cambio de protección, ofrecen al Todopoderoso o a alguna virgencita o a algún santo, alguna oración, velita, promesa, monedita o misa…

Lo que sí se evidencia en el relato del libro de Job es el “sufrimiento del inocente”. En Wikipedia encontramos que desde la más remota Antigüedad los pensadores se han enredado en el espinoso problema del hombre “bueno” que sufre y, en cambio, del “malo” que es feliz. Incluso Platón se preocupó del asunto y le dio una formulación precisa, aunque sin encontrarle una solución que no chocara contra la filosofía y la moral.

Varios mitos griegos se refieren a temas parecidos: Prometeo es culpable, pero la enormidad de su castigo

Es este, precisamente, el tema que trata el libro de Job: el protagonista, Job, es un hombre religioso, a quien Dios permite que Satanás someta a numerosas y espantosas pruebas. Mientras Job sufre bajo las acechanzas del Mal, tres buenos amigos intentan consolarlo, tratando de convencerlo de que si sufre es por culpa de sus propios pecados.

Satanás reta a Dios argumentando que el amor perfecto de Job es por causa de las bendiciones que ha recibido y no porque realmente Job ame a Dios. Yahvéh concede a Satanás el probar la integridad de Job.

El personaje sombrío, antagónico, el Diablo, coloca a prueba la fidelidad de Job con el “permiso de Dios”. Y Dios concede esta prueba con la única restricción de que no toque la vida de Job. Satanás entonces lo acecha y se ensaña, causándole múltiples desgracias como enfermedades (sarna), el ataque de caldeos y de sabeos contra sus criados; es informado de la muerte de su ganado, se vuelve pobre, su mujer lo repudia y tiene que sufrir incluso la muerte de sus hijos…

Job se enoja y se defiende, pues él sabe que la acusación que se le hace es un infundio y, por tanto, rechaza con energía el argumento que lo señala a él de ser el responsable. Cuando aparece un cuarto amigo que explica que el sufrimiento templa al alma y al espíritu, Job continúa quejándose.

Por último, Yahvéh en persona se hace presente, reprende a Job por no haber aceptado Su voluntad y por sus quejas, pero devuelve al protagonista a su antigua felicidad.

Aquí, podemos advertir algo que a muchos se les pasa: Dios ama a Job (como a todo hombre), con infinita ternura porque Él mismo es el Amor (1Jn 4,16). Ese amor es

Importa señalar aquí la creencia del judío antiguo. No se puede comprender el libro de Job sin tener en cuenta la enseñanza tradicional de los "sabios" israelitas acerca de la retribución divina. Según esa enseñanza, las buenas y las malas acciones de los hombres recibirían necesariamente en este mundo el premio o el castigo merecidos.

Esta era una consecuencia lógica de la fe en la justicia de Dios, cuando aún no se tenía noción de una retribución más allá de la muerte (cielo-infierno). Sin embargo, llegó el momento en que esta doctrina comenzó a hacerse insostenible, ya que bastaba abrir los ojos a la realidad para ver que la justicia y la felicidad no van siempre juntas en la vida presente. Si no todos los sufrimientos son consecuencia del pecado, ¿cómo se explican entonces?

El autor sagrado no se contenta con poner en tela de juicio la doctrina tradicional de la retribución. Al reflexionar sobre las tribulaciones de Job –un justo que padece sin motivo aparente– él critica la sabiduría de los antiguos "sabios" y la reduce a sus justos límites. Aquella sabiduría aspiraba a comprenderlo todo: el bien y el mal, la felicidad y la desgracia, la vida y la muerte. Esta aspiración era sin duda legítima, pero ten­día a perder de vista la soberanía, la libertad y el insondable

En el reproche que hace el Señor a los amigos de Job (42, 7), se rechaza implícitamente toda sabiduría que se erige en norma absoluta y que pretende encerrar a Dios en las categorías de la justicia humana.

Amigo Pedro, el personaje central de este Libro llegó a descubrir el rostro del verdadero Dios a través del sufrimiento.

No es otro el camino que debe recorrer el cristiano, pero debe hacerlo iluminado por el mensaje del Amor y de la Cruz, que da un sentido totalmente nuevo al misterio del dolor humano.

San Pablo escribió: "Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col. 1. 24). Y en otra parte: "Los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros" (Rom 8, 18).

Los escrituristas identifican en el libro de Job un inicio y un final bastante breves, más bien en forma de prosa, mientras que el grueso del libro (es decir, del capítulo 3 al 42) es un poema. El poema, a su vez, se divide en los tres discursos de los amigos de Job (Elifaz, Bildad y Sofar) con sus correspondientes réplicas. Sigue luego otro discurso, esta vez de Elihú y los dos de Yahveh.

Las argumentaciones de Elifaz tienen los siguientes pasos: el inocente no puede morir, el pecado es siempre castigado, Dios ve faltas en todos (incluido Job). El castigo que Job recibe es, por tanto, correctivo.

Las de Bildad hablan de la diversa suerte que espera al justo y al inicuo.

Las de Sofar van por el mismo lado de las faltas que son castigadas, incluso si son inconscientes (cf. Job 11, 5-12). Job se defiende afirmando continuamente su inocencia. Sin embargo, llega a manifestar una cierta arbitrariedad que dirigiría la actuación de Dios y a la que no hay manera de oponerse.

Elihú, por su parte, afirma que Dios prueba a los justos con sufrimientos para educarlos y forzar en ellos el clamor confiado en Dios salvador.

La respuesta de Yahveh da a entender que no entra en el debate precisamente por su trascendencia. Se sabe que hay una respuesta, pero Dios no la ha revelado todavía y muestra ante todo la sabiduría de su Creación como prueba de que ninguna arbitrariedad hay en su actuar sino un

Desde el punto de vista de la mentalidad judía, el problema que ofrece el libro de Job es complicadísimo. Para el judío, todo el Bien y todo el Mal provienen de Dios, porque Él ha creado todo.

Dios, al mismo tiempo, es completamente justo y observa una moralidad completa. ¿Cómo es posible que someta a Job a la aparente injusticia que se narra en el libro?

En tiempos antiguos, los hebreos no creían en una vida de ultratumba, y por lo tanto tampoco en premios o castigos después de la muerte. Estos conceptos se presentan por primera vez en Macabeos y en el Libro de Sabiduría. Si bien los fallecidos gozan en el Sheol de una especie de "semivida", en el Infierno de los antiguos judíos no se discriminaba a los buenos de los malos. Dios, por lo tanto, manifiesta su justicia en este mundo.

Por otra parte, la convicción de que la deidad ejerce la justicia sobre toda la comunidad deriva naturalmente de la estructura social de clanes que dominaba la vida de los judíos primitivos. También reside aquí la fuerte solidaridad que aglutina a los judíos (sufren juntos las penas y disfrutan juntos la bonanza). Los biblistas han observado que todos los libros sagrados obedecen a esta filosofía, que es especialmente visible en Deuteronomio, en Josué, en Jueces, Samuel y en I Reyes. Recién en Ezequiel aparece entre los israelitas el concepto de responsabilidades, premios y castigos individuales.

El problema, pues, se convierte en insoluble desde el punto de vista de Job.  No está sufriendo por los pecados de los antepasados (una forma primitiva de pecado original) ni por los de sus amigos y vecinos. El diálogo con sus amigos consoladores tiende a ignorar incluso la intervención demoníaca en sus penas.

 Se ha encontrado que el teólogo judío antiguo trató de justificar los inexplicables sufrimientos de Job a través de algún pecado ya olvidado o de faltas ocultas y nunca relatadas en el libro. Desde un punto de vista más moderno, se retorna a la acción maléfica del Diablo y al concepto del libre albedrío, condición necesaria para que se consume la alianza de Dios con Su pueblo. Si el Demonio no existiese, el Hombre no podría elegir entre el Bien y el Mal (Mal que Job elige indirectamente al increpar a Dios por su dolor).

Por estas y otras complejidades, Job ha sido llamado "el libro más difícil del Antiguo Testamento".

El Nuevo Testamento también responde a las angustiosas quejas de Job; lo vemos en el discurso del Monte, en las Bienaventuranzas; Jesús dice: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mat 5, 5).

Sin duda, se puede decir que Job es la rebeldía contra la injusticia del sufrimiento y del

Sí. Job es el hombre que se rebela contra Dios. No puede, ni resignarse a la injusticia que se comete contra él ni tampoco admite hacerse ateo. Sus principios se lo impiden.

Job, como muchos de nosotros en su momento, protesta contra Dios. El libro de Job es un relato que recurre al ejemplo concreto de una vida sufrida (la de Job), para hacer asequible una verdad abstracta difícilmente inteligible pero que llega directamente al corazón. Lo fundamental de su lectura es que nos habla de un hombre que

Ser discípulo es una prueba. No hay duda. Tú mismo, con seguridad lo has experimentado: el que ha escuchado la llamada del Señor se ve marcado por una “herida” que nada podrá hacer olvidar.

Como Jacob, el creyente se ha quedado cojo para toda la vida. El Evangelio toma cuerpo cuando Jesús “sube” a Jerusalén. La fe nace a lo largo de ese camino de la cruz, en ese largo debate entre el poder de las tinieblas, que se despliega con toda su fuerza, y la humilde plegaria del servidor: "¿

¿Quién despertará a la fe sino aquel que se pone a seguir a Jesús y le dice con humildad: "

Las enseñanzas del libro de Job son, como decía nuestro Señor, un

Bueno, Pedro, me gustaría saber que estas humildes líneas te hayan interesado. Seguramente ya conocías todo lo que aquí apunté, pero lo he hecho con la certeza de que, en no pocas oportunidades, la relectura de lo que ya sabemos nos remite a las raíces y nos invita a beber de la fuente segura, que es Cristo, el Redentor nuestro.

Con el aprecio y la consideración fraternal de siempre,


José Antonio Juric B.



[1] En algunas Biblias encontré este nombre escrito con “S” (Us).

domingo, julio 31, 2011

LA FE Y LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD

Cierto día, Jesús le hace una pregunta a un ciego de nacimiento, tras haberle dado el don de la vista: 
«¿Crees tú en el Hijo del Hombre?» El ciego le responde con otra pregunta: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?» Jesús le dijo: «Tú lo estás viendo. Soy yo, el que habla contigo» El ciego le contestó: «Creo, Señor» Y se arrodilló ante Él. Jesús dijo: «He venido a este mundo para iniciar una crisis: los que no ven, verán y los que ven, van a quedar ciegos»1
El Señor, tomando siempre la iniciativa, nos hace la misma interrogante que, a su vez, es un llamado: «¿Crees tú en el Hijo del Hombre?», pregunta que se dirige a todo ser humano, pero que se vuelve más exigente y aguda para quienes hemos sido bautizados.
Ante ella, surge una primera cuestión: ¿cuál ha sido, es o será nuestra respuesta?
La otra, que puede surgir como una primera respuesta preliminar, es: ¿se plantea el hombre de hoy la interrogante que hizo el ciego del relato: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?»?

Jesús suele situarse frente al hombre, dejándose ver en formas y circunstancias diversas. Lo hace en la persona de un no-nato o de un joven, de un anciano o un pobre, de un familiar o de un inmigrante... También en las circunstancias habituales y en los acontecimientos fuertes de nuestra existencia...
Sin disminuir el valor y el “conocimiento” que se puede adquirir en esas vivencias cotidianas, hay también otra fuente inagotable, no excluyente, que es, junto con la Tradición, la revelación por excelencia: la Palabra de Dios contenida en las Escrituras. A las mujeres y los hombres que han tenido la dicha de ser bautizados, y han conocido los fundamentos de la doctrina cristiana, el Señor les hace la misma pregunta-llamada: «¿Crees tú en el Hijo del Hombre?».

Durante el proceso a Jesús, el procurador romano Poncio Pilatos pregunta: «¿Qué es la Verdad?».
¿No guardan estas palabras cierta similitud con la pregunta del ciego: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?».
Son dos interrogantes que buscan iluminar la existencia. Una, la del procurador romano, autoridad prominente y erudita que -supone él- no necesita nada de la persona que tiene enfrente. Pilatos asume que con quien habla no puede ofrecerle nada que ya no posea. Aunque guarde una intención «recta», es una pregunta impersonal, como si la Verdad pudiese ser encontrada dentro de «algo» o ser manejada al antojo.
La segunda interrogante la plantea el apocado ciego: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?», contiene en sí un lamento que deja entrever una súplica de ayuda. El invidente, conciente de su realidad, limitado por la ceguera, estaría dispuesto a recibir cualquier socorro, sin emitir juicios de valor de la persona que dialoga con ella y de la que espera una respuesta apropiada.

En realidad, ambas posturas apuntan a la Persona de Jesús y ambas también son «momentos» del hombre cercanos al Señor. Ese momento cercano a Jesús es aprovechado por el ciego, y, contrariamente, desperdiciado por Pilatos. 




Ambos, así mismo, se diferencian en el fin que persiguen: el ciego espera una respuesta (la respuesta de Jesús que, además de revelarle su persona, le acompaña un signo, el milagro de la curación). Pilatos, en cambio, sólo espera una señal, una reacción de Jesús, para que se refuerce su protagonismo y la autoridad terrenal como cónsul romano.
En ambos casos, hay una esperanza, pero sustentada cada una de ellas por una actitud diferente. Jesús, por su parte, siempre está dispuesto a darse; el ciego, que se sabe necesitado, está abierto a recibir, sin condición. Pilatos, al no conseguir el signo, subestima y desprecia a Jesús.

El ciego tiene fe incipiente: espera, pide y consigue lo que necesita. Quiere demostrar el relato que Jesús es fuente de toda gracia.
Vivir cristianamente confiado en el Señor es experimentar un continuo «banquete», en el cual las personas aspiran a dar y recibir. Aunque en realidad, se da lo que ya se recibió.
Este intercambio mutuo de recibir y dar es el que permite «lanzar», «proyectar» a la persona en sociedad y permite ir constituyéndose en relación a los demás. Cristo se da, pero pide la fe.
Lanzarse hacia adelante es esperar y actuar como san Pablo para ser alcanzado por el Señor2. Es superar la angustia del Viernes Santo para renacer en Pascua.

El famoso matemático, físico y filósofo francés Jules Henri Poincaré (1854-1912) iniciaba la introducción de su obra El valor de la ciencia, con estas palabras: «La búsqueda de la verdad debe ser el objeto de nuestra actividad; es el único fin digno de ella». «Muchos - prosigue Poincaré -, se horrorizan de la verdad; la consideran como una causa de debilidad. No obstante es necesario no temer a la verdad, porque sólo ella es hermosa». Se refería él «en primer término a la verdad científica, pero también a la verdad moral, de la cual lo que se llama justicia no es más que uno de los aspectos». Así pues, no hay por qué hacer distinción entre verdad científica, moral o teológica. Dios se encuentra en toda verdad, y la más sublime y sagrada de ellas es su Verbo, el Verbo encarnado, ¡Jesucristo! En Él reside toda verdad. Y está allí, dispuesta a dársenos con sólo desearla con fe.

Quienes la buscan «con recta intención» la «verán», dice el Señor. Lo contrario es aislarse, es negar la posibilidad de encontrarse con ella. No obstante, la Verdad no se deja encasillar, no se deja poseer. El texto bíblico Nadie ha visto a Dios3, demuestra que nadie conoce toda la verdad y tampoco es dueño absoluto ella.
Todos cuantos la ansían la pueden encontrar; mas los que aseguran poseerla, los que creen tenerla, son los soberbios, los autosuficientes, los que pretenden saberlo todo y poderlo todo por sus propios méritos, su autoridad o su capacidad... Estos «van a quedar ciegos», se perderán, a falta de la Luz.
Para finalizar, anotamos unos versos del obispo brasileño Helder Cámara, hombre de fuertes experiencias vividas durante toda una existencia dedicada a Dios y a los más pobres; él no duda en recomendarnos:

«No le tengas miedo a la verdad
porque por dura que pueda parecerte
y por hondo que te hiera,
sigue siendo auténtica.

       Naciste para ella.
Sal a su encuentro,
dialoga con ella,
ámala,
que no hay mejor amiga,
ni mejor hermana.»


Y por eso nos sentimos con la misma disposición que él de elevar nuestro corazón a Dios para manifestarle:

«Bendito seas, Padre,
por la sed
que despiertas en nosotros;
por los planes audaces
que nos inspiras;
por la llama
que eres tú mismo,
chisporroteando en nosotros.

¡Qué importa
que la sed continúe insasiada
(malditos los hartos)!
¡Qué importa que los planes
continúen más bien en el mundo de los sueños
y no en el de la realidad!

¿Quién va a saber mejor que tú
que el éxito
no depende de nosotros
y que tú no nos pides
más que el cien por cien de abandono
y buena voluntad?

(Helder Cámara, El desierto es fértil)

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1 Jn 9, 35-39
2 Cf. Fl 3, 12
3 Cf. Jn 1, 18

ORACIÓN POR MI OIKOS



«No sabemos si estamos destinados a ser río caudaloso, o si hemos de parecernos a la gota de rocío que envía Dios en el desierto a la planta desconocida. Pero, más brillante o más humilde, nuestra obligación es cierta: no estamos destinados a salvarnos solos».

(Beato Mosén Sol)

Oh, Señor, que tu Santo Espíritu me ayude a edificar
un hermoso árbol en mi vida y en mi corazón,
que, más que alto, que sea ancho…
Un árbol, en cuyas ramas estén inscritos
los nombres de todos mis familiares y amigos,
vecinos y lejanos, presentes y ausentes, viejos y nuevos.
Los que veo a diario y los que veo a veces;
los que me acuerdo siempre
y los que olvido con frecuencia;
los que están conmigo en tiempos difíciles
y los que tengo a mi lado en momentos felices;
los que yo he lastimado y los que me han hecho sufrir.
Los que conozco profundamente
y aquéllos que sólo conozco en apariencia.
Los que me deben algo y a quienes les debo mucho.
Mis amigos y mis no tan amigos.
Y de todos aquéllos que ya han pasado por mi vida.
Que esos nombres nunca salgan de mi corazón y de mis oraciones.
Oh mi buen Dios, ayúdame a construir ese árbol,
con raíces profundas y ramas muy grandes.
Que crezca y dé frutos unido a ese gran árbol que es Cristo, tu Hijo,
y a muchos otros árboles, de mi barrio y del mundo entero.
Y, juntos, procuremos agradable sombra y provecho,
a todos aquellos que necesiten de ayuda, amistad
o de un simple descanso en las duras luchas de la vida.

AMÉN.

lunes, julio 18, 2011

EL BAUTISMO: ¿sabéis qué es?


1-Nombre de pila hace alusion a la pila bautismal - Canal Chupete
El texto que se ofrece a continuación sirvió para realizar un tríptico parroquial que se entregaba a padres y padrinos una vez finalizada la charla pre-bautismal. Con el tríptico también se les recomendaba a releerlo para interiorizarlo y familiarizarse con él.

Padres y padrinos: ¿Qué pedís a la Iglesia de Dios para el niño o la niña que presentáis?
Padres: Al pedir el Bautismo para sus hijos, ¿Sabéis que se obligan a educarlos en la fe, para que estos niños, guardando los mandamientos de Dios, amen al Señor y al prójimo como Cristo nos enseña en el Evangelio?
Padrinos: ¿Estáis dispuestos a ayudar a los padres en esta tarea?





Comencemos desde el principio. ¿Sabéis qué son los Sacramentos?
   

Cuando veis a los lejos una columna de humo pensáis en fuego; cuando el semáforo está en rojo significa que no debéis pasar; darse un apretón de manos es signo de amistad; las palabras pueden expresar amor, ternura, amistad, comprensión, dolor, etc.

  


Hay objetos, gestos y palabras que son signos y símbolos y las personas los utilizan para comunicarse con los demás. Ellos expresan algo que no vemos, pero no por eso irreal.
El hombre, a la vez, corporal  y espiritual, manifiesta y percibe las realidades espirituales a través de símbolos y signos materiales.

Lo mismo sucede en su relación con Dios. Dios le habla al hombre a través de las Sagradas Escrituras y de la creación visible. El cosmos, pues, se presenta ante la inteligencia humana para que vea en él las huellas de su Creador. 

La luz y la noche, el viento y el fuego, el agua y la tierra, el frío y el calor, el árbol y los frutos, hablan de Dios y simbolizan a la vez su grandeza, su proximidad y su bondad. Estas realidades sensibles pueden llegar a ser lugar de expresión de Dios, que santifica a los hombres y, a su vez, de la acción de los hombres que rinden culto a Dios.


Así, el Señor Jesús en su predicación se sirvió con frecuencia de los signos de la creación para dar a conocer los misterios del Reino de Dios.
Igualmente ocurre con los signos y símbolos de la vida social de la gente: lavar y ungir, partir el pan y compartir la copa, pueden expresar la presencia santificante de Dios y la gratitud del hombre hacia su Creador.

La liturgia, culto que la Iglesia ofrece a Dios, integra y santifica elementos de la creación y de la cultura humana confiriéndoles la dignidad de signos de la gracia, de la creación nueva en Jesucristo. Estos signos, asumidos por Jesucristo, se llaman sacramentos.
Ellos, no sólo expresan y simbolizan algo espiritual, sino que lo realizan concretamente.





Definamos lo que son los sacramentos

Los sacramentos son «signos eficaces» y «eficientes», de la gracia de Dios. Es decir, no sólo "significan" algo que no se ve, el Amor (la Gracia) de Dios, sino que también lo "hacen presente" en nuestras vidas. Así pues, todo sacramento es un encuentro de Cristo con el hombre, a través de un signo eficaz.

El Evangelio recoge las palabras de Jesús: “Como el Padre me envió, así también yo los envío a ustedes” (Juan 20, 21). Y también: “Vayan por el mundo y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 19-20).



La fuerza sacramental de los signos sacramentales deriva del hecho de ser acciones (gestos y palabras), no de un hombre, sino del mismo Cristo que, haciéndose presente, los realiza por medio de sus ministros, a quienes ha otorgado su poder. Cristo es Sacramento del Padre, la Iglesia lo es de Cristo.


Los Sacramentos de la Iglesia

Hay siete sacramentos: Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Orden Sacerdotal, Matrimonio y Unción de los enfermos.


En todos ellos la presencia operante de Cristo y de su Espíritu se prolonga en la acción sacramental de la Iglesia. Cuando Pedro y Pablo bautizaban, era Cristo quien bautizaba; cuando el sacerdote convierte el pan y el vino en el cuerpo y en la sangre de Jesús, es Cristo quien consagra; Cristo, mediante el Obispo, confirma en la fe a los confirmandos; Cristo, mediante la alianza de los esposos en el Matrimonio, se hace presente como sello y garantía de comunión y fidelidad; Cristo ordena a un hombre para el Sacerdocio Ministerial cuando el obispo lo consagra; Cristo, por medio del sacerdote de la Iglesia, perdona los pecados y reconcilia a los pecadores con el Padre; finalmente, Cristo unge el cuerpo del enfermo, lo consuela y le infunde la fuerza del Espíritu. En definitiva, Cristo siempre es el celebrante principal de los sacramentos.



Efectos del Bautismo


a) Por el Bautismo Dios concede el perdón del pecado original y de los pecados personales y remite la pena debida por ellos.

b) El hombre es introducido en el Misterio Pascual de Cristo, muere con Él, es sepultado con Él y resucita con Él.

c) Infunde la Gracia divina, con lo cual el hombre se hace partícipe de la vida íntima de Dios.

d) Se reciben los gérmenes de los siete dones del Espíritu Santo
(sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios) y de las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad).

e) Inicia en la persona la inhabitación de la Santísima Trinidad.

f) El bautizado es "sellado" con un carácter indeleble, que no se puede borrar, por el que es destinado a la misión universal de la Iglesia: la santidad y el apostolado.




La celebración del Bautismo.



El Bautismo consta de tres elementos esenciales:

1. El agua, materia del signo bautismal, el cual purifica y significa nueva vida.


2. Las palabras pronunciadas por el ministro: “Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.


3. El ministro. Ordinariamente es el sacerdote o el diácono. Pero, en peligro de muerte, cualquier persona desde los 16 años puede administrar el sacramento del Bautismo, con tal de que cumpla con el signo sacramental (materia y forma) y tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia.



Exigencias de los padres y de los padrinos

  • ­­­Los padres y los padrinos representan a la Iglesia y profesan la fe de ésta.
  • Los padrinos representan a la familia como extensión espiritual de la misma y ayudan a los padres para que el niño llegue a profesar la fe y a expresarla en su vida.
  • Es necesario que la madrina y el padrino reúnan las cualidades humano-cristianas para hacerse cargo de las obligaciones que le exige la Iglesia:
  I.  Que tengan la madurez necesaria para cumplir sus funciones.
    II.    Que hayan recibido los tres sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía.

Quién debe participar en la celebración del Bautismo?

Toda la comunidad cristiana, en especial los familiares.




PADRES Y PADRINOS: REDESCUBRAN EL BAUTISMO COMO DON Y PARTICIPACIÓN EN LA VIDA DE DIOS Y TRATEN DE VIVIR SEGÚN LA BUENA NUEVA DEL EVANGELIO


Sincero ante Dios y ante los demás


Mi Dios no es un Dios duro, ni impenetrable, ni impasible;
mi Dios es frágil, es de mi raza.
Para que yo pudiera saborear la divinidad,
amó mi barro.
El amor hizo frágil a mi Dios.
Conoció la alegría humana, la amistad.
Él gustó de la tierra y de sus cosas.
Tuvo hambre, sed, sueño,… y se cansó.
Fue sensible.
Se irritó.
Fue dulce, como un niño.
Fue alimentado por una madre
y bebió toda la ternura femenina.
Mi Dios tembló ante la muerte.
No amó nunca el dolor, no fue amigo de la enfermedad;
por eso, curó a enfermos.
Sufrió mucho: sufrió el destierro.
Fue perseguido y también aclamado.
Amó todo lo que es humano: las cosas y los hombres;
el pan y a la mujer; a los buenos y a los pecadores.
Mi Dios fue un hombre de su tiempo.
Vestía como todos, hablaba el dialecto de su tierra.
Fue débil con los débiles y soberbio con los soberbios.
Murió joven porque fue sincero.
Le mataron porque le delataba la verdad que había en sus ojos.
Pero mi Dios murió sin odiar…
Murió excusando, que es más que perdonar.
Rompió con la vieja ley del “ojo por ojo, diente por diente”
e inauguró una violencia totalmente nueva: la del amor.
Aplastado contra la tierra, arrojado al surco, traicionado, abandonado, incomprendido,… continuó amando.
Por eso, mi Dios venció a la muerte.
Por ello, todos estamos en el camino de la misma resurrección.
Para muchos, es difícil entender ese Dios frágil.
Mi Dios que llora, que no se defiende.
Mi Dios que hace de un ladrón y criminal
el primer santo de su iglesia.
Es difícil entender a mi Dios, abandonado de Dios.
Mi Dios que debe morir para triunfar.
Es difícil entender a mi Dios frágil, amigo de la vida.
Mi Dios que sufrió el mordisco de todas las tentaciones.
Es difícil ese Dios:
para quien piensa triunfar sólo venciendo;
para quien se defiende sólo matando;
para quien considera pecado aquello que es humano.
Es difícil mi Dios frágil:
para aquéllos que siguen soñando en un Dios que no se parezca a los hombres.

(Texto adaptado, original del P. Juan Arias: El Dios en quien yo no creo; Ed. Sígueme, Salamanca, 1975).

Ejercicios para la reflexión
1.   ¿En qué Dios creo yo?  Elige tres rasgos de los señalados  en el texto anterior.
·                                                                                           
·                                                                                           
·                                                                                           


2.   Explícale esos rasgos que elegiste a los demás.