domingo, julio 26, 2020

LOS VIRUS Y EL COVID-19



A raíz de los comentarios que salieron recientemente en este canal sobre el covid-19, he consultado algunos artículos y libros de Microbiología y Biología Molecular de Jéssica, que me ayudaron a compilar los siguientes datos de interés. 

Algunos mecanismos no los alcanzo a entender por completo, pero he intentado recoger lo que creo es más importante para los no versados, pecando conscientemente de exceso de simplificación. Pido permiso a Ana, mi cuñada, en su condición de médico cirujano y de mi hija Jéssica, licenciada en Biología, por meter mis narices en sus campos específicos, pero la curiosidad me pudo.


A pesar de los numerosos artículos y opiniones que circulan a diario por los medios de comunicación, en especial en las redes sociales y distintas webs, la pandemia que sobrellevamos plantea aún numerosas interrogantes sobre los virus, las pestes, los procesos de infección, multiplicación, propagación y sus efectos. Debido a que se habla no sólo de los mecanismos físicos sino también psicológicos que causan, consulté algunos libros de Psicología (particularmente la denominada “psiquiatría biológica”), que intenta responder el por qué dependiendo del perfil psicosomático de las personas, bajo la misma afección, pueden darse padecimientos distintos.

Hubo que esperar una serie importante de hallazgos para entender algunos procesos de las enfermedades. Así, en el siglo pasado, la Biología Molecular aportó una contribución fantástica a la ciencia, demostrando la universalidad del código genético: todos los seres vivos, desde la ameba más primitiva, pasando por los extintos dinosaurios, los primates y llegando hasta el “homo sapiens” de hoy, emplean en su estructura celular el mismo lenguaje genético para producirse y reproducirse, formado éste fundamentalmente por la combinación de cuatro moléculas básicas designadas por letras: la A (adenina), la C (citosina), la G (guanina) y la T (timina).


En la doble hélice del ADN se ha descubierto que la A siempre está atada a la T, y la C con la G, debido principalmente a los enlaces que crea el hidrógeno. Estos enlaces forman en las moléculas una fuerza intermolecular muy común en las sustancias biológicas y es responsable en gran medida de las propiedades y la estructura tridimensional de las biomoléculas, como proteínas o ácidos nucleicos. De hecho, es la formación de los enlaces de hidrógeno lo que da su estructura al ADN y ocasiona que la base citosina esté siempre enfrentada con la molécula de guanina y la de timina con la adenina.


Conviene recordar que tanto el ADN (Ácido DesoxirriboNucleico) como el ARN (Ácido RiboNucleico) son ácidos nucleicos y macromoléculas que trabajan juntas para preservar y transmitir la información genética que define todos los elementos vitales y característicos de los seres vivos. El ADN es una especie de “manual de instrucciones” sobre la construcción de la vida que conocemos, porque define a todos los seres vivos por igual. El ARN, en cambio, tiene la función de “guardar, transportar y transmitir la información entregada por el ADN”. Aunque ADN y ARN son elementos comunes a las estructuras genéticas de todo organismo vivo, ellos no son “la vida” en sí misma. La imposibilidad de “crear” vida en el laboratorio produce honda frustración a los científicos materialistas, pero de eso hablaremos en otra ocasión.


Consecuentemente, hay que decirlo: un virus no es un organismo vivo, sino una o más moléculas de ácidos nucleicos (ADN o ARN), cubiertas por una capa protectora (estilo placenta) de proteínas y, por lo tanto, no tiene el poder de multiplicarse, condición necesaria para considerarse un ser con vida. Los virus se rigen, pues, por un “código de conducta” programado en su constitución. Para cobrar vida, los virus necesitan infectar otros organismos (células de animales, plantas, hongos y hasta bacterias) y usar los componentes de la célula huésped para hacer copias de sí mismos. Como un virus no puede replicarse en sí mismo, a menudo daña o mata a la célula huésped en el proceso de multiplicación. Hay virus capaces incluso de infectar otros virus.


En algunos casos, como sucede con los retrovirus (que tienen un genoma ARN que se transcribe inversamente a ADN), la naturaleza del material genético puede variar a lo largo de su ciclo de vida de modo que, aunque el virión contenga ARN de cadena sencilla, este ARN se transforma en ADN de cadena doble cuando el genoma viral se integra en el de la célula receptora. Los retrovirus son responsables del sida y de algunos tipos de cáncer.


Salvo los llamados “megavirus”, los virus son tan pequeños que no pueden verse con microscopios ópticos. Por ser cien veces más pequeños que las bacterias, requieren ser observados con microscopios electrónicos o novísimas técnicas empleadas en la investigación de fenómenos subatómicos.


Actualmente se conocen unos 5 mil virus, aunque algunos científicos opinan que podrían existir millones de tipos diferentes. Se encuentran en todos los ecosistemas de la Tierra y son diez veces más numerosos que las bacterias.

La mayoría de los virólogos sostienen que, puesto que los virus no tienen la misma biología que las bacterias, no pueden ser combatidos con antibióticos. Hasta donde se sabe por experimentación, tan sólo ciertos tipos de vacunas o medicaciones antivirales pueden eliminar o reducir la severidad de las enfermedades virales como el cólera, la fiebre amarilla, la hepatitis C, sarampión, viruela, el sida, el ébola y la que produce el actual covid-19 (técnicamente SARS-CoV-2).


El mecanismo de infección del coronavirus covid-19, causante de la actual pandemia, es el siguiente: Los virus, al contacto con las células de las mucosas nasal, bucal u ocular, son absorbidos por éstas, cambiando el código genético de las células infectadas (es decir, mutan), convirtiéndose los virus en “células agresoras” con alto poder de multiplicarse. Con la ayuda de las células contagiadas (las cuales son destruidas al ser atacadas), cada virus puede llegar a crear entre 10 mil y 100 mil réplicas.


El virólogo español Esteban Domingo, del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa en Madrid, fue pionero (1970) en demostrar que, nada más entrar en un ser vivo, un virus con una secuencia genética definida se multiplica acumulando “errores”, de una letra por otra, hasta formar “una nube de mutantes”, distintos los unos de los otros, pero agrupables en “cuasiespecies virales”. La mutación no es un hecho extraordinario para ellos, la mutación es su modus vivendi. Es su manera de funcionar. Cada mutación es como una lotería: sigue un proceso completamente aleatorio. Así que la secuencia genética de un virus se puede leer así: GCTGGTAATGCAACAGAA…


Por contrapartida, se habla también de la existencia de mutaciones “debilitantes”: suelen ser aquellas que, de continuar su proceso regresivo, al final de las etapas los virus se van debilitando hasta extinguirse por su imposibilidad a multiplicarse. En estos casos, las mutaciones definitivamente restan virulencia. Esta observación ha hecho que se inicie una nueva línea de investigación para combatirlos.


Manifiestan algunos virólogos que si se confirma el comportamiento de “nube de mutantes” del nuevo coronavirus, la estrategia para el tratamiento de la enfermedad tendría que ser no con un solo fármaco, ya que sería muy fácil que surjan mutantes resistentes y que los antivirales dejen de funcionar. En los años ochenta y noventa esto resultó patente con el virus del sida. Si un virus realmente tiene este comportamiento de “nube de mutantes”, como lo tiene también el virus del sida, la estrategia debiera ser atacarle al menos con dos fármacos o, si fuera posible con tres, porque un mismo virus tendría que mutar en varios sitios a la vez para escapar de esta mezcla de fármacos. Estadísticamente, las probabilidades de frenar la infección son mucho más altas si se ataca con una combinación de antivirales que si se ataca simplemente con un solo antiviral. 


Las “nubes de mutantes” también tienen implicaciones para las vacunas. Cuando un virus cambia puede dar lugar a fracasos de vacunas. La vacuna de la gripe (tal vez habría que decir “de las gripes”), se renueva cada año porque el virus va cambiando. También puede ser que no sea posible por los momentos desarrollar una vacuna eficaz, como en el caso del virus de la hepatitis C, que tiene unos tratamientos excelentes, pero no existe vacuna.


Como se ha dicho, el covid-19 puede infectar directamente células cercanas o desplazarse a través de pequeñas gotitas que escapan de pulmones o boca, pudiendo desarrollar severas neumonías. La infección causa fiebre a medida que el sistema inmunitario lucha para eliminar el virus. En algunos casos, el organismo puede reaccionar desmesuradamente, pudiendo la persona ahogarse en la propia flema que genera el sistema inmunológico. Las secuelas de haber desarrollado y padecido el covid-19 son muy diversas y pueden variar de un paciente a otro. 


Al estar encapsulados en una película de grasa, los virus se deshacen al contacto con el jabón. De allí la importancia del uso de la solución jabonosa, y del alcohol al 97% con algún gel (en proporción sugerida 3:1).


El covid-19 no es fundamentalmente distinto de los demás virus ya conocidos y tiene un comportamiento parecido en cuanto a ser “nubes de mutantes”. Es un virus ARN y se está viendo lo esperable: cuasiespecies de rápida evolución en la naturaleza. No solamente son “nubes de mutantes”, sino que, si se compara el virus de China con el de Brasil o el de España, todos son distintos, como era de esperar por los investigadores. Si dos personas están infectadas por el nuevo coronavirus, una persona es una “nube de mutantes” diferente de la otra. Esa nube es responsable de lo que se denomina “carga vírica”, es decir, que la agresividad de una infección está relacionada directamente por la cantidad y “calidad” de los virus contenidos en la nube. Esto también ocurre con otros virus que se han estudiado bien, por ejemplo, el de la hepatitis C y otros muchos.


Cuando alguien queda infectado por el virus de la gripe, por ejemplo, si se realizara un análisis de la “nube de mutantes” el primer día, y otro el segundo día después de la infección, los resultados serán distintos. Todo esto parece una cosa revolucionaria y muy nueva, pero hay una explicación: hasta ahora no se tenían buenos métodos para secuenciar lo que hay en una “nube de mutantes”; pero ahora existen técnicas de secuenciación masiva, con capacidad de sacar miles y miles de secuencias genéticas, a veces millones, de una sola muestra biológica.


Parece que, en una misma cadena de transmisión entre personas, el nuevo coronavirus tiene un ritmo de alrededor de dos mutaciones al mes, o sea, alrededor de unas 25 al año, con un genoma de casi 30.000 letras.


Bueno, hasta aquí unas pinceladas sobre la biología básica de los virus y su etiología. Ahora, permítanme exponer algunas curiosidades observadas desde la Psiquiatría. Antes, se hace necesaria una brevísima introducción, enlazando la psiquis con lo somático, porque no se trata de entidades separadas, sino que el ser humano es un organismo unitario, monolíticamente constituido. Soma y Psique, pues, forman una indivisa unidad funcional.


Desde el siglo XIX se sabe que la estructura del cerebro humano puede dividirse, desde el punto de vista anatómico, en cuatro partes diferentes: encéfalo (implicado en el pensamiento consciente y la memoria); cerebelo (que controla patrones motores complejos); diencéfalo (que transmite información de los sentidos al cerebelo y controla el mantenimiento del medio interno u homeostasis) y, finalmente, el tronco encefálico o cerebral (que une el cerebro a la médula espinal y regula el corazón, los pulmones y el sistema digestivo).


Ciertas técnicas de registro de imagen o de estimulación magnética transcraneal evidencian zonas cerebrales que responden o se activan especialmente con ocasión de experiencias mentales superiores, como la conciencia del “yo”, los sentimientos de respuesta moral, la empatía o comprensión de los sentimientos de otras personas, la creatividad, así como las experiencias de trascendencia y espiritualidad (aunque estas últimas puedan darse también en otras áreas cerebrales). Es como si el anhelo por saber quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos estuviera implantado en el diseño del cerebro humano y en la información del ADN que lo engendra.


En la parte central interna del córtex se halla el sistema límbico que hace posible las reacciones emocionales y los sentimientos. Un conjunto de estructuras formadas por el bulbo olfatorio, el hipocampo (relacionado con la memoria), los cuerpos mamilares (que controlan el estado de alerta), un conjunto de fibras llamado fórnix que los conecta con el hipocampo y las amígdalas cerebrales (relacionadas con la memoria emocional y el miedo).


Las emociones son una parte fundamental de la conducta humana que orientan la vida hacia el bienestar y la felicidad, aunque también intervienen -bastante más de lo que se creía hasta ahora- en los procesos del razonamiento.


El hipotálamo se encuentra en el mismo centro del encéfalo y está constituido por una docena de núcleos que son los responsables de conductas fundamentales para la supervivencia. De ellos dependen la sexualidad, la ingesta alimentaria o la agresividad, entre otros comportamientos. El hipotálamo está íntimamente relacionado con la hipófisis, una de las glándulas endocrinas centrales del ser humano y de otros animales, ya que dirige el sistema hormonal más complejo. Controla las hormonas sexuales, las tiroideas, las suprarrenales, las del crecimiento, la oxitocina, la hormona antidiurética, la prolactina y la hormona estimulante de los melanocitos. De manera que el hipotálamo y la hipófisis son como el subcerebro vegetativo de la persona.


Por último, está el tronco cerebral formado por el puente, el cerebelo (que, como se ha señalado, controla patrones motores complejos como el equilibrio o la coordinación motora) y la parte superior de la médula. Funciones automáticas como la respiración, los latidos del corazón, la regulación de la presión arterial, el ritmo circadiano de las fases de vigilia y sueño en función de la segregación de melatonina y, en fin, otros reflejos como estornudar o vomitar dependen de este tronco cerebral.


Tradicionalmente se suponía que el mundo mental se circunscribía exclusivamente al cerebro y sus adyacencias. Sin embargo, la Neurobiología actual acepta que, aunque el cerebro es una pieza fundamental, la mente se remite más bien a todo el cuerpo. Se ha podido comprobar que las emociones suelen estar profundamente visceralizadas. Es decir, que nuestros estados de ánimo pueden afectar directamente al funcionamiento de nuestros órganos y, por tanto, a la solidez del sistema inmunológico. Las actividades mentales suelen influir decisivamente en las vísceras (a eso se le llama “transferencias psicosomáticas”). Al respecto, me viene a la mente una anécdota de papá. Tata contó que cierta vez, durante la II Guerra Mundial, fue destacado junto a otro soldado a custodiar desde dentro el vagón de un tren, por lo que el cerrojo se hallaba afuera. El viaje se prolongó toda la noche. Cuando a la mañana siguiente llegaron al destino y desde afuera abrieron el portón del vagón, el compañero había experimentado tanto miedo toda la noche, que su pelo se había vuelto blanco completamente. Algunos dibujos animados resaltan este singular fenómeno presentando al personaje atemorizado, con los ojos desorbitados, la boca abierta y los pelos parados y de color blanco.


La psicología tradicional asignaba al ser humano el “yo”, el “super-yo” y el “ello”. Algunos neurobiólogos consideran que este modelo psicológico de la mente humana sigue siendo el mejor que se ha propuesto hasta ahora y que la maduración del “yo” depende de una correcta evolución de estas tres instancias freudianas. Hoy día se incluye el “yo somático”, el “yo psicológico”, el “yo ético”, el “yo social” y el “yo maduro” ... Todos ellos se refieren al hecho de que el cerebro no es el único órgano responsable del mundo mental (sano o enfermo), sino que forma parte de todo el organismo con el que está íntimamente relacionado. Otras partes del cuerpo, como el aparato digestivo, la flora intestinal, la piel que recibe sensaciones táctiles o las impresiones visuales que se asimilan al observar un rostro, etc., se integran también en la percepción del “yo”, constituyendo a la persona como una unidad psicosomática.


Aquí cabría plantear la siguiente pregunta: ¿Cuándo, entonces, una enfermedad es psicosomática? El profesor Ignacio Burk, autor del conocidísimo texto de “Psicología, un enfoque actual”, que hemos empleado casi todos los estudiantes venezolanos en bachillerato, responde lo siguiente: “Es más fácil decir cuáles son las enfermedades no psicosomáticas. No lo son las que padecen hombres y animales silvestres por igual: traumatismos, envenenamientos, malformaciones, etc. En lo que respecta a las enfermedades infectocontagiosas, sin embargo, la situación no es tan simple. Mucho depende de la vía de infección”. La fiebre amarilla, por ejemplo, producida por la inoculación del virus por el mosquito “aedes aegipti”, difícilmente tiene que ver con los temores o lo que piensa el sujeto infectado.


No así el cólera. El virión del morbo necesita pasar por el estómago para infectar al sujeto desde el intestino. Siendo el contenido gástrico normalmente ácido, el virión suele ser aniquilado en el mismo estómago. Pero algunos factores como la crónica angustia humana, la pobreza extrema y la mala alimentación, entre otros, inhiben la secreción del ácido clorhídrico del estómago. De este modo, los viriones logran atravesar la barrera gástrica y llegar al intestino, donde se desarrolla la enfermedad.


Es un caso donde la enfermedad se decide desde el psiquismo de la persona afectada. Afirma el profesor Burk que: “De hecho, el cólera ataca precisamente a aquellas personas que más lo temen, por robustos que sean”. “Se sabe con certeza que muchos trastornos digestivos, úlceras gástricas y duodenales, trombosis coronarias e infartos al miocardio, hipertensión arterial, diabetes, alergias, eczemas, asma, etc. se deben a la persistente fustigación emocional de una ‘mente’ mal controlada”.


Para concluir, planteamos la siguiente interrogante: ¿Hasta qué punto contagios como los producidos por el covid-19 y el consecuente desarrollo de la enfermedad se deben a mecanismos de tipo psicosomáticos? Esta es una pregunta difícil, aún para los especialistas y creemos que sólo podrá ser respondida en los próximos lustros por médicos psicólogos, médicos psicosomatólogos y médicos psiconeuroinmunoendocrinólogos, entre otros.