domingo, noviembre 11, 2012

«CREZCAMOS EN LA FE, ENCONTRANDO A JESÚS EN SU EVANGELIO»

Reflexiones sobre el lema del Programa Pastoral de la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, Valencia, España (Curso 2012 - 2013).



«Tú que duermes, despiértate» (Ef 5, 14) 


I.    Introducción

De acuerdo a las necesidades particulares de la Iglesia Universal, el Papa propone cada año un tema de reflexión específico. A partir de allí, las Conferencias Episcopales, Archidiócesis, Diócesis, Parroquias, Órdenes, Congregaciones, Hermandades, Movimientos, Cofradías y demás comunidades de la Iglesia, se suman a la invitación del Sumo Pontífice, cada uno desde la especificidad de sus carismas. Así, desde cada realidad eclesial, se va asumiendo como propio el objetivo definido, llevándolo con entusiasmo, eficacia y sin demora a todos los fieles.

Para este curso, el Papa Benedicto XVI en la Carta Apostólica “Porta fidei”, propone dedicar a toda la Iglesia, desde el 11 de octubre de 2012 hasta el 24 de noviembre de 2013, a la Fe. Con ello, nos anima el Santo Padre a «redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada», tanto personal como comunitariamente[1].
También nuestra Parroquia se suma con alegría y fervor a las necesidades de la Iglesia universal enarbolando un lema particular, válido para todo el presente curso: «Crezcamos en la Fe, encontrando a Jesús en su Evangelio».

Esta expresión surge, como no podía ser de otra manera, teniendo en cuenta, al mismo tiempo, las necesidades de la propia Parroquia y el sentir de la Iglesia universal. Asumiendo estas consideraciones, el Párroco en compañía del Equipo Sacerdotal y el resto del Consejo Pastoral, establecieron en el Programa Pastoral 2012-2013 los principios, objetivos, métodos y fines del curso.

El Programa está coronado con el lema señalado en el título del presente ensayo y que aquí intentaremos analizar.

Nuestra Parroquia coloca el lema a la vista de los fieles en forma permanentemente, para recordarles, durante todo el curso, cuál es el acento que la comunidad entera procurará dar y cuál el fruto que se espera. De esta forma y manera, se pretenden orientar las miradas, las mentes, las manos, los corazones, las oraciones, los esfuerzos… de todos los fieles, grupos parroquiales, y Equipo Sacerdotal al camino que señala la consigna.


¿Cuál es el significado del lema actual, base de la programación Pastoral de la Parroquia?
Permítasenos proponer otra pregunta. ¿Puede un campo ser sembrado simultáneamente y con resultado eficaz de trigo, cebada, maíz, soja, arroz,…? La respuesta, categóricamente, es no. Es necesario que el responsable del campo decida, para cada temporada, la clase de siembra que se hará. Y a partir de ahí, todos cuantos trabajan en ese campo, harán lo necesario para que el proyecto elegido, desde los preparativos hasta finalizar la cosecha, pasando por la siembra, culmine con éxito, en el tiempo establecido.

Por tanto, resulta de vital importancia que en la Parroquia todos entiendan el alcance de la frase completa y el espíritu de cada una de las palabras empleadas para componerlo. Esa orientación de los fieles pretende, más que nada, impedir que se diluyan los esfuerzos particulares en una infinidad de áreas, y sí que se logre una verdadera sinergia de las fuerzas vivas de la Parroquia hacia los objetivos fundamentales.

El lema del curso pasado fue: «Somos una comunidad que evangeliza». No es que la Parroquia en el presente curso haya cambiado de orientación respecto al trabajo pasado: es, más bien, la continuación apremiante de un esfuerzo, un método eficaz, para que nuestra Comunidad, casi siempre confinada a las cuatro paredes que delimitan el templo, salga a anunciar lo que durante tantos años oyó y vio con sus propios ojos[2]...

Con esto se aspira ayudar a los feligreses, consecuentes y alejados, a todos, incluyendo quienes no se sienten convocados, para que a través también de la caridad de otros fieles, vivan intensamente una existencia que no se puede vivir de otra manera, sino con los ojos fijos en Aquél que inició y completa nuestra fe[3].

En el siguiente apartado, y como preámbulo al tema del «crecimiento», se expondrá brevemente el concepto de hombre, por la importancia que tiene su comprensión en el proceso de personalización. Seguidamente, se analizará el «crecimiento» como expresión de la necesaria orientación del hombre hacia niveles superiores de conciencia, donde la criatura más amada por Dios es capaz de encontrar la necesidad de otros y del Otro.

Este crecimiento se corresponde, no por casualidad, con la llamada siempre actual, a la conversión individual y comunitaria, a la renovación y transformación del corazón, con el fin de lograr un hombre nuevo y una sociedad nueva.

II.     El problema del hombre

Pío XII dijo: «Nosotros definimos la personalidad como la unidad psicosomática del hombre, en cuanto determinada y gobernada por el alma»[4]. Sin pecar de imágenes dualistas ya superadas hoy, y sin mayores pretensiones que las de aportar una visión práctica, de interés al feligrés inquieto que se reúne en el templo parroquial para celebrar los misterios de Cristo, intentaremos desarrollar muy brevemente la idea del «hacerse hombre», a través del modo cómo se expresa el ser humano, inspirados en el texto del evangelista Lucas, aunque con la advertencia de que, en la cuestión de lo específicamente humano, el lenguaje (especialmente el nuestro, que dista de ser especialista), resulta pobre, limitado y ambiguo.


A través de la historia el pensamiento filosófico fue madurando lentamente en dirección al tema antropológico. En la antigüedad ya existía la interrogante; el hombre se concebía entonces dividido en cuerpo y alma. Importantes pensadores griegos como Platón, Epictetus, Sócrates y Séneca, entre otros, creían que solamente el alma era inmortal, que podría subsistir por sí misma sin el cuerpo; el cuerpo, pensaban los antiguos griegos, era despreciado porque constituía una prisión del alma. Creían que el alma estaría mejor sin el lazo a la materia.


La dualidad concebida por Platón se filtró en el cristianismo por medio del gnosticismo[5] del siglo II. Los gnósticos enseñaban que el cuerpo era malo, de ahí que defendían el suicidio porque, según ellos, aniquilaba el cuerpo y libraba el alma. También el matrimonio entre ellos era considerado malo porque propagaba los cuerpos. Más tarde, el perverso maniqueísmo retomó los mismos errores.

La Iglesia combatió estas corrientes heréticas por considerarlas contrarias a las enseñanzas más puras de Jesús, de los Apóstoles y del Magisterio. Para contrarrestar estas herejías fue formulado en el Credo el artículo que reafirma la enseñanza en la Iglesia: «Creo en la resurrección de la carne». En efecto, Cristo redimió al hombre completo, a la persona entera, no sólo a su alma. Y si nuestro cuerpo ha de ser resucitados «el último día», si nuestra carne ha de ser inmortalizada al igual que nuestra alma, entonces tenemos una poderosísima razón para respetar nuestros cuerpos, «templos vivos del Espíritu Santo», como diría san Pablo.

La resurrección de la carne es la consecuencia de la resurrección de Cristo, «primogénito de entre muchos hermanos»[6].


Continuemos el desarrollo del pensamiento sobre la concepción del hombre para acercarnos algo más al planteamiento antropológico actual.


En el s. VI, Boecio, formuló el concepto de persona, de forma tan sencilla y magistral que, resistiendo el paso del tiempo, ha llegado hasta nuestros días: «Persona est substancia individua rationalis nature» («La persona es substancia individual de naturaleza racional»)[7].

Durante la Edad Media (desde la desintegración del Imperio Romano de Occidente, en el siglo V, hasta el siglo XV), el núcleo del saber y vivir estuvo alimentado por la Teología de entonces. Durante este período se concibe el hombre como eje del Universo. El hombre, como coronación de la creación, está dotado de alma racional e inmortal, la cual es creada por Dios directamente para cada hombre (santo Tomás).

No obstante, para los estudiosos de hoy estas definiciones parciales han sido ya superadas, porque consideran que se desentienden de otras importantes dimensiones del ser humano, como las manifestaciones del pensamiento, el aprendizaje, la vida social, la sexualidad, la cultura, el tiempo, la relación con el Otro, la muerte...

Una primera aproximación moderna a la definición del hombre afirma que es una unidad relacional «cuerpo-mente-espíritu» (Frankl y otros). No es que estos componentes se hallen separados sino que, aún siendo constitutivos a todo individuo, incluso al ser más incapacitado, se manifiestan en el hombre de un determinado modo...

Afirma el Concilio que el hombre es «Uno en cuerpo y alma»[8]. La unidad es tal, que lo orgánico influye en lo psíquico, lo espiritual en lo meramente fisiológico y viceversa («el alma se reeduca frecuentemente por medio del cuerpo», se ha escrito con notable tino[9]). Por otra parte, quienes perciben al ser humano como un fenómeno puramente biológico (corriente defendida incluso hoy por algunos científicos), estarán viendo el mundo con un solo ojo.


Resulta difícil explicar con claridad meridiana lo que es el hombre. Desde tiempos inmemoriales el intelecto ha ido descubriendo que la naturaleza del ser humano es un verdadero misterio. Primero el hombre alcanzó a interpretarse a sí mismo por simple intuición; con el desarrollo de la antropología filosófica, las ciencias biológicas y de la conducta, fue llegando a la comprensión del hombre que hoy se tiene. Llegar a esta afirmación ha sido posible porque, apartando las ideas maniqueas y arbitrarias, el hombre fue descubriendo que él mismo, incluso el mundo que le rodea, constituye el Gran Sacramento de Dios[10].

En efecto, el hombre ha ido asimilando esta concepción, casi en paralelo con la idea contemporánea de que «el Universo forma un todo coherente y, por así decirlo, una unidad orgánica. El Universo no es una construcción ajustada mecánicamente, edificada desde fuera, yuxtaponiendo seres totalmente heterogéneos»[11]Casi todas las grandes religiones así lo confirman. 

Pero este trascendental descubrimiento no es dado como un sedativo mental, a modo de ingenua consolación. Corresponde a una «verdad», una evidencia, que sólo puede nacer de la serena reflexión introspectiva de sí mismo, para intentar responder las interrogantes vitales (¿quién soy?, ¿por y para qué existo?, ¿quién es el otro?, ¿cuál es el sentido de la vida?...). Reflexiones que maduran la persona y lo impelen a trascender. De lo contrario,  podría dar lugar a vivir una existencia angustiada, infeliz y pesimista, un sin-sentido, llegando incluso a la desesperación...


Aunque algunos hablan simplificadamente del cuerpo como «materia espiritualizada» y del alma como «espíritu materializado», nunca será exagerado repetir, que ambas realidades son constituyentes fundamentales e inseparables del ser humano. El hombre no se encuentra en posesión de todos sus medios sino cuando él activa, a la vez, lo físico, lo mental y lo espiritual que hay en él[12].

En conclusión, puede afirmarse que la postura tradicional sobre la concepción del hombre es más estática y ontológica, en tanto que la contemporánea es más bien dinámica y fenomenológica[13].

En relación a lo expuesto ya sobre el ser hombre y lo que se ampliará seguidamente, estaremos hablando de la necesidad ontológica que cada tiene el ser humano de crecer, no sólo cuando se trata de la propia persona, sino de la vocación de cada uno a ayudar a otros a crecer.


III.   Crecer como Jesús crecía


«Jesús crecía en sabiduría y en edad y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 52).


En el texto de s. Lucas, escrito por el evangelista como el final de la infancia de Jesús y antesala de su vida pública (ya que existe en los evangelios un silencio total de la etapa adolescente), se nos muestran los tres aspectos del «hacerse» hombre, y que pasaremos a comentar muy brevemente antes de desarrollar el significado de «crecer»:

·         Cuerpo (edad): es el aspecto físico, la cara externa del individuo. El cuerpo manifiesta la propiedad de la materia y se halla sometido a las condiciones del espacio y del tiempo, lo que significa que está sujeto a las leyes físico-químicas-biológicas. El cuerpo está animado por el alma espiritual[14].

·         Espíritu (gracia): aunque no son sinónimos, la gracia es la participación en la vida de Dios[15] y, por tanto, es el alimento del espíritu. El espíritu humano es creado por Dios a su imagen y semejanza[16], lo que le confiere inmortalidad. Por su condición espiritual la persona se encuentra destinada al amor y a la entrega.

·         Razón (sabiduría)[17]: considerados rigurosamente son conceptos diferentes; la razón es la sede de la sabiduría, y consiste en la capacidad de la persona que le permite “conocer”. La razón constituye la expresión de la unidad cuerpo-espíritu. La razón se manifiesta como el aspecto psíquico, la cara interna del comportamiento. En la tradición aristotélica, la razón es calificada como «espíritu encarnado». La razón no tiene su origen en el cerebro material, sino por un principio del espíritu.


Al nacer, estos tres aspectos están presentes en forma de germen. Pero ese germen, esa semilla, tiene que desarrollarse y no quedar como simple potencia o posibilidad. Está llamada a crecer.

¿Cuál es el significado de «crecer» para el ser humano? Una aproximación para esta respuesta es que la persona precisa «hacerse», hasta lograr madurar en todas las dimensiones, integralmente. Crecer supone el desarrollo armonioso de los tres elementos fundamentales[18], tal como describe el evangelista Lucas que fue el progreso de Jesús.


Por una misteriosa causalidad (y no por casualidad, idea equivocada y muy difundida hoy), hemos nacido[19]. Piénsese que para que pudiéramos “ser”, la Providencia ha tenido que preparar y cuidar con esmero un camino que se pierde en la oscuridad de los tiempos: tener los padres que tenemos o que tuvimos, los padres de éstos y, así, sucesivamente... Y una vez lanzados al mundo, nuestra misión es la de crecer y hacer crecer a otros.


1.     Jesús crecía en sabiduría


«La sabiduría es un árbol que siempre da frutos» (Sab 3, 15).

«Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba y razonaba como niño, pero cuando ya fui hombre, dejé atrás las cosas del niño». (1Cor 13, 11).


La sabiduría es la habilidad desarrollada a través de la experiencia, la iluminación y la reflexión, con el propósito de discernir la verdad y practicar un juicio sano, basado en el conocimiento y el entendimiento. La sabiduría permite valerse con éxito del conocimiento y del entendimiento para resolver problemas, evitar peligros, alcanzar ciertas metas o aconsejar a otros a hacer lo mismo.

El ser humano es sabio cuando es capaz de discernir, reconocer y resolver, dentro de ciertas posibilidades, las cuestiones que se les vayan presentando a lo largo de la vida.

La sabiduría supone un camino personal, pero también un camino junto a Otro y a otros. Desde la óptica religiosa, posibilita madurar nuestra Fe y vivir según el Espíritu Santo. Pero no puede el hombre obtener sabiduría si no dispone del raciocinio. La razón es la sede del pensamiento. 

Por eso se afirma que el hombre es un ser racional. En efecto, empleando la razón y su libertad, el ser humano puede elegir, puede optar, para intentar lograr el mayor bien, conseguir los mayores beneficios, de forma "económica", desde las variadas limitaciones del cerebro y las limitaciones de acción sobre el entorno. Dicho de otra manera, el ejercicio de la racionalidad está sujeto a principios de optimidad y consistencia[20] aunque no sea esto su última finalidad.


La racionalidad puede aplicarse a nuestros anhelos y expectativas, a nuestras evaluaciones y a nuestras acciones. Puede fundamentarse en creencias o axiomas. Pero no siempre evaluamos racionalmente. Dado que la parte racional depende de la educación recibida; la forma de educar limita en mayor o menor medida el marco de posibilidades a las cuales poder acudir como parte de las soluciones, por lo que no siempre podemos evaluar racionalmente y, por tanto, no siempre actuamos de manera racional. 

La causa es que el ser humano no posee el suficiente criterio como para poder educar a la razón, de manera que entienda sus propios sentimientos, pasiones y emociones de forma que dirijan y moldeen a la imaginación y facultades de creación[21].

El buen uso de la razón le da al hombre la voluntad de vivir, encontrando motivos ante las dificultades o inspiraciones que le satisfagan y alivien el sufrimiento. Aunque no todas nuestras expectativas responden a las exigencias de la racionalidad, ni tampoco nuestras intenciones a la hora de actuar, ni la forma como lo hacemos.

Víctor Frankl manifestaba que hoy ya no vivimos en una época de frustración sexual, como lo sostenía Freud, sino en una época de frustración existencial. La psiconeurosis ¾piensa él¾ es, en última instancia, un sufrimiento del alma que no ha encontrado su sentido[22].

El fracaso del «para qué» de la vida, del «sentido», ha engendrado el hastío, ese «hastío de civilización» que, en las sociedades de consumo, corroe como un ácido todos los momentos de lucidez.


El hombre fue creado para vivir eternamente porque el Señor ama la vida[23]. Vivir no supone renunciar a lo agradable, aunque vivir buscando sólo lo agradable como finalidad es condenar la propia vida al fracaso de lo efímero y de la soledad, e infringir sufrimiento a otras vidas del entorno.

Un famoso científico escribió: «El hombre tiene necesidad de Dios como tiene necesidad de aire y oxígeno. El influjo de la oración sobre el espíritu y el cuerpo humano es tan fácilmente demostrable como la secreción de las glándulas. Sus resultados se miden por un crecimiento de energía física, de vigor intelectual, de fuerza moral, por una comprensión más profunda de las realidades fundamentales»[24].


2.     Jesús crecía en edad


«No se queden como niños en su modo de pensar.» (1Cor 14, 20a).


Inevitablemente, el ser humano requiere de un cuerpo. El cuerpo humano no podría subsistir y adquirir las dimensiones adultas si no es alimentado y cuidado adecuadamente, a base de nutrientes, vitaminas, minerales, proteínas y de una sanidad conveniente. Todos estos elementos le son imprescindibles para su normal desarrollo. En un comienzo, los cuidados pertinentes le son proporcionados; luego, al ir creciendo, va independizándose, hasta alcanzar un cierto grado de autonomía. Llega así a la etapa adulta. Crecer en edad es, fundamentalmente, desarrollarse y conservarse físicamente.

Y aunque nunca el hombre disfrutará de autonomía absoluta (porque nadie es capaz de bastarse por sí mismo en todo y siempre necesitará de los demás), es en la etapa adulta de su vida cuando la persona logra su máximo grado de emancipación.

La falta de una adecuada alimentación y conveniente cuidado, o la presencia de anomalías de la propia fisiología, dará lugar a deficiencias en el desarrollo corporal, ocasionando algún grado de incapacidad.

3.     Jesús crecía en gracia


«Entonces no seremos ya niños a los que mueve cualquier oleaje o cualquier viento de doctrina.» (Ef 4, 14).


Cada hombre es llamado por Dios desde siempre. Como la mente de una madre sueña a su futuro hijo, así Dios se dirige al hombre: «Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tú nacieras, yo te consagré»[25]. Aunque este texto es uno de los preferidos por los teólogos para interpretar la vocación y misión de los ministros consagrados, es un pasaje muy apropiado para explicar también la elevada vocación de todo ser humano a participar de la tarea de la creación y, por añadidura, de todo cristiano a proclamar la Buena Nueva del Reino de Dios.

Crecer en gracia es fortalecer el espíritu, prepararse para la lucha; es, decía s. Pablo, «hacerse robustos en el Señor, con su energía y su fuerza».[26]


IV.   Otras palabras claves del lema


Además del significado global contenido en la frase entera, también se aprecian otras palabras importantes.

Hemos visto ya el significado de “crecer”. Es el dinamismo ineludible para lograr un individuo «maduro». También encontramos en el lema estas otras palabras: “Fe”, “encontrando”, “Jesús” y “Evangelio”, palabras claves del lema pastoral, cuya necesaria reflexión invitamos hacer desde estas líneas y desde el corazón a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que residen en esta Parroquia.

A.    La Fe


¿Qué es la fe? se preguntaba el Papa en una de sus catequesis recientes. Y continuaba interrogando: «¿Tiene aún sentido la fe en un mundo donde ciencia y técnica han abierto horizontes hasta hace poco impensables? ¿Qué significa creer hoy?»[27]

En la misma intervención manifiesta el Santo Padre que «junto a tantos signos de bien, crece a nuestro alrededor también cierto desierto espiritual.» Y prosigue con estas otras acuciosos planteamientos: «¿Qué sentido tiene vivir? ¿Hay un futuro para el hombre, para nosotros y para las nuevas generaciones? ¿En qué dirección orientar las elecciones de nuestra libertad para un resultado bueno y feliz de la vida? ¿Qué nos espera tras el umbral de la muerte?»

El Papa responde con estas hermosas palabras: «Tener fe, entonces, es encontrar a este “Tú”, Dios, que me sostiene y me concede la promesa de un amor indestructible que no sólo aspira a la eternidad, sino que la dona».

La «fe» es una virtud teologal, como lo son también la «esperanza» y la «caridad». Dada la significación de estas virtudes para el desarrollo de los pueblos, un santo obispo venezolano las denominaba virtudes humanas, porque ellas son constitutivas de todo ser humano abierto a la vida, y las podemos apreciar en todas las culturas. En efecto, por la fe, el hombre se sitúa abierto a la trascendencia; por la esperanza, abierto al futuro; y por la caridad, abierto al otro.

La fe es creer lo que no vemos. «La fe es la manera de tener lo que esperamos, el medio para conocer lo que no vemos»[28]. La fe anima la Esperanza. El Catecismo enseña: «La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida» (Nº 26).

¿En qué creemos? ¿Cuál es el mensaje medular que hay que creer? Los primeros cristianos llamaban kerigma al anuncio esencial de las verdades (encarnación, vida y enseñanzas, muerte y resurrección de Jesús). Luego se irá transformando en lo que hoy conocemos como los artículos de la fe. Estos artículos han sido recogidos por diversos “credos”, de los cuales, el conocido como Credo de los Apóstoles y que proclamamos en la misa, recibió la redacción final en la época de Carlomagno (aprox. 800 DC). Se cree que los Apóstoles compusieron la redacción fundamental del Credo antes de despedirse unos de otros para partir a evangelizar el mundo[29]. Su finalidad fue que hubiera unidad en la enseñanza transmitida por ellos.

La fe no es comprensible como lo puede ser una verdad matemática. Se afirma que la Fe se ajusta a la categoría de misterio, lo cual no quiere decir que abarca asuntos impenetrables, arcanos, herméticos, esotéricos o mágicos. Evidentemente, hay una clara limitación para la comprensión humana a someter a la inteligencia todo lo que significa Dios. Misterio tampoco significa algo que no se pueda entender, aunque algunas veces sea cierto. San Pablo emplea la palabra (especialmente en la carta a los Efesios[30]), en una expresión particular, referida al plan salvífico: el “misterio”, es decir, lo que iba a realizar el Padre con su Hijo, especialmente en la pasión, muerte y resurrección, y que Dios se guardaba «escondido», sin que lo conociera nadie con claridad, para manifestarlo cuando llegara el momento propicio[31].

Aún así, misterio en clave teológica significa que la razón humana se sitúa frente a un problema de alcance profundo, extenso, inagotable... pero que, siempre que la reflexión la aborde con apertura de mente y de corazón, el misterio se abre al entendimiento, mostrándose en un abanico de infinitas novedades...

Decía J. Ratzinger, aun Cardenal, que «La Fe responde a un camino vital en el que la experiencia va confirmando poco a poco la creencia, hasta que se revela plena de sentido”[32]. La fe es un don de Dios porque es dado gratuitamente; pero también es tarea, fruto de esfuerzo y exigencia personales.

Para Edith Stein (santa Teresa Benedicta de la Cruz), abrazarse a la Fe es abrazarse a Dios, porque Dios es la Verdad, y quien busca la verdad, busca a Dios. Esa búsqueda de la verdad se convierte para ella en una oración.

La parábola del escriba convertido al Reino de Dios[33] puede ser aplicado al que busca a Dios entre lo viejo y lo nuevo: «Cuanto más se medita sobre Jesús, más se descubre su misterio»[34]

Así como los botánicos denominan foto-tropismo al comportamiento de ramas y hojas de orientar su crecimiento hacia la luz, geo-tropismo-positivo, a la respuesta de las raíces de dirigirse hacia la tierra, los grandes santos han demostrado que el hombre posee una especie de «teo-tropismo», es decir, una predisposición natural a orientarse a Dios. El hombre es un ser religioso[35], por eso manifiesta s. Agustín: «Nos creaste para Ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en Ti»[36].

Jesús manifiesta a sus Apóstoles: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Rei­no de los Cielos, pero a ellos, no», refiriéndose a los fariseos y a los maestros de la Ley, debido a la cerrazón y a la soberbia que los caracterizaba (Mt 13, 11; cf. Lc 8, 10).

El Catecismo expresa que gracias a la asistencia del Espíritu Santo, la inteligencia puede crecer en la Fe[37] en las siguientes situaciones. Cuando:

·  los fieles contemplan y estudian las verdades contenidas en la Revelación, repasándolas en su corazón;

·  los fieles asumen interiormente los misterios que viven;

·  los fieles acogen las enseñanzas de los pastores.

Creer es un acto que compromete y arrastra totalmente al hombre. La Fe es personal, mas no individual... Esta expresión sugiere que la Fe es una dinámica que, partiendo de la comunidad eclesial, me es comunicada para posteriormente ser retransmitida, a través del testimonio, la caridad, la oración y la Palabra. Comunicar la Fe es fruto de una labor de relación interpersonal: «La Fe nace de una predicación»[38].

La Fe de la Iglesia procede de Cristo, pero este don gratuito no dispensa de la responsabilidad del anuncio. Al contrario, la proclamación evangélica es mandato de Jesús: «Vayan por el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación»[39], que nos apremia: «El amor de Cristo nos urge»[40]. Más aún, para el apóstol Pablo es una obligación: «Ay de mí si no predicara el Evangelio»[41].

Pero preguntémonos, inquiere el santo Padre: «¿de dónde obtiene el hombre esa apertura del corazón y de la mente para creer en el Dios que se ha hecho visible en Jesucristo muerto y resucitado, para acoger su salvación, de forma que Él y su Evangelio sean la guía y la luz de la existencia? Respuesta: nosotros podemos creer en Dios porque Él se acerca a nosotros y nos toca, porque el Espíritu Santo, don del Resucitado, nos hace capaces de acoger al Dios viviente»[42].

La fe nunca se limita a aceptar simples creencias, sino que reconoce los designios de Dios a través de los acontecimientos cotidianos y las voces proféticas de la Iglesia[43].

Se puede creer incluso desde la “noche oscura”, es decir, desde el desierto del sufrimiento físico, moral o espiritual. Grandes santos y santas han pasado por tales experiencias, algunas con una duración de años... La Fe no nos precipita hacia una aventura a ciegas. La fe es mucho más que creer en una serie de dogmas. Hoy, se sostiene, no es que la gente haya dejado de creer, sino que ahora la gente cree todo.


En la Iglesia, el Espíritu Santo llama por su nombre a cada bautizado a dar su aportación al advenimiento del Reino de Dios, a proyectar la fe hacia el oikos[44].


Se proyecta la fe cuando se comunica el evangelio cumpliendo los siguientes pasos (pedagogía de Jesús): a) despertando interés, b) suscitando interrogantes, c) abriendo el corazón al otro, y d) acompañando. «El momento: ni precipitación ni descuido, oportunidad» (P. Juan Pedro, Jornadas de parroquias en Los Negrales, 2004).

Tener en cuenta que no es malo que los que no puedan aceptar todo, puedan aceptar algo. Es un comienzo...


B.  Encontrando


«Encontrando» es la otra palabra del lema que expresa acción y que revela una dinámica. “Encontrando” denota un proceso progresivo de alguien que busca. ¿Qué se busca? Todo hombre busca incesantemente la Felicidad. Este anhelo es un hecho innegable en el ser humano y que, además, constituye su vocación inmediata, porque Dios creó a su criatura más amada para la Felicidad.


La felicidad es un estado de plenitud, de satisfacción íntima y personal, que se proyecta en nuestro obrar y que tiene un efecto benéfico en todos los órdenes de la vida. Por el contrario, la infelicidad viene a ser como un estado interno de frustración, de vacío, de malestar, que también se manifiesta en los pensamientos y en las acciones. La infelicidad se asocia comúnmente a la frustración que se experimenta por la ausencia de amor, o por el fracaso de logros vitales y profesionales, o por falta de reconocimiento por parte de los demás, entre otros... 

Existe en el corazón humano la tendencia a una felicidad plena e ilimitada. Enseña el Catecismo que «El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre,... y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar»[45].

En la Biblia «buscar» equivale a «invocar» y la acción de «encontrar» está en el mismo plano que «estar cerca». Leemos en el libro de Isaías: «Busquen a Yavé, ahora que lo pueden encontrar; invóquenlo, mientras está cerca»[46]. El binomio «buscar-encontrar» a Yavé aparece frecuentemente en los Profetas y en los Salmos[47], como un principio inscrito en el corazón de todo hombre. No hay que olvidar que en la Biblia el corazón es el centro de la persona, su aspecto más profundo.

Decía s. Agustín: No buscarías incesantemente a Dios si ya no lo hubieras encontrado...

La búsqueda de la Felicidad: he allí un punto de partida para la inquietud espiritual de todo hombre, creyente o no.


C.  Jesús


Al hablar sobre Jesús, suelo abrazarme a él y a su Iglesia, fundamentalmente por lo que creo. Creo que el hombre participa del ser de Dios a través de su mente, de su inteligencia y de su corazón; de todo su ser. Participa de un Amor que le dio la vida, aunque sin preguntarle. En “compensación”, por amor, Dios tiene para cada vida un plan misterioso[48] y, al final, una “casa” reservada, concedida en heredad, resultado  de la única pre­destinación que el Padre ha tenido para con su criatura: la predestinación  sobrenatural, una pro­mesa a la vida eterna.

También creo que en Jesús cada persona humana representa a Dios (porque es su imagen); más aún, en todo hombre está la presencia sagrada de Dios[49], por lo que la misión de cada uno, sea la que fuere, tendrá que ser cumplida respetando y cuidando lo más sagrado que hay en el mundo: la dignidad de toda persona humana, incluso la no nacida.

Creo que Jesucristo es el salvador, pero no porque con su presencia, sufrimiento y entrega aplacó la ira de un Dios ofendido desde el génesis del mundo por un pecado que yo no había cometido, ni siquiera por los pecados que sobrevinieron después... Creo en Jesucristo, sal­vador del hombre, fundamentalmente porque confío en su Palabra, en sus promesas, en sus elegidos que vivieron cerca de él y en tantos hombres y mujeres que, a través de la Historia, han dejado testimonio de la presencia del amor de Dios en el mundo...

Creo que Jesús, enviado de Dios, vivió su existencia haciendo el bien, con claridad, con amor, con sencillez, con coherencia... y creo que todo el que quiera puede hacer lo mismo, siendo responsable de ello ante la Vida, descubriendo no sólo sentido a su existencia, sino encontrando la salud y la vitalidad necesarias para vivir en paz y esperanza; y nunca desesperará porque sabe en quién depositó su confianza[50]...

Es lo que entiendo cuando creo, espero y amo en Jesús.

El Corazón de Jesucristo revela el amor de Dios. El mundo necesita de un verdadero Amor. Hoy se advierte, más que en ninguna época, el acecho del peligro de una desesperanza radical, originada por una espantosa soledad, la más la­cerante de las pobrezas, la prueba más dura de soportar y que agobia con crueldad el corazón del hombre moderno. En una encuesta hecha en ambientes eclesiásticos, los estudiantes han declarado que temen nueve veces más la so­le­dad que la muerte.

Esta es una de las mayores paradojas del mundo actual: un mundo que no habla más que de comunicación, de diálogo, de compartir, pero que experimenta más que nunca el sentimiento de la soledad. El hombre vive en grupo, trabaja en grupo, piensa en grupo pero, a la vez, se siente incomprendido, abandonado, aplastado, rechazado.  


El Concilio Vaticano II formuló en una de sus constituciones un texto que hoy día no ha perdido un ápice de actualidad: 

«El género hu­ma­no se halla en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero. Los provoca el hombre con su inteligencia y su dinamismo creador; pero recaen luego sobre el hombre, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre sus mo­dos de pensar y sobre su comportamiento para con las realidades y los hombres con quienes convive. Tan es así esto, que se puede ya hablar de una verdadera metamorfosis social y cultu­ral, que redunda también en la vida religiosa.

Como ocurre en toda crisis de crecimiento, esta transformación trae consigo no leves dificultades. Así mientras el hombre amplía extraordinariamente su poder, no siempre consigue someterlo a su servicio. Quiere conocer con pro­fun­didad creciente su intimidad espiritual, y con frecuencia se siente más incierto que nunca de sí mismo. Descubre paulatinamente las leyes de la vida social, y duda sobre la orientación que a ésta se debe dar. »[51]

Y continúa: 

«Los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con un desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano»[52].


En efecto, el corazón del hombre, abandonado a sí mismo, oscila siempre entre la engañosa idolatría y la desesperación[53]. Sólo volviendo el hombre a Dios puede aspirar a la paz consigo mismo y con los demás hombres, a un progreso humano auténtico y a la felicidad, fundada en la cooperación fraterna y en la esperanza de una perfecta comunión con Dios, consigo mismo y con el resto de la creación...

En esta vuelta a Dios, Él mismo se nos ofrece en Cristo como Camino. Dios se ha acercado a los hombres haciendo que su único Hijo, eterno y omnipotente, por quien fueron hechas todas las cosas, tomara nuestra naturaleza mortal, naciendo de María siempre virgen, muriendo por nuestros pecados y venciendo a la muerte con su resurrección como el primero de los amados de Dios; que fuera signo visible del Dios invisible y demostración patente del amor infinito que le tiene a los hombres, a quienes llama a ser también hijos suyos.


El amor de Cristo se nos manifiesta en un corazón de Hermano que participó, sin privilegio alguno, de la condición dolorosa de nuestra vida y la ofreció al Padre en actitud de confiada entrega hasta la muerte, liberándonos así de la soledad orgullosa y desesperada a que nos condena nuestra propio egoísmo y rebeldía, devolviéndonos la posibilidad de una comunicación vital con Dios.

La donación de Cristo, fue una vez y lo es aún hoy, total. En efecto, después de muerto, según el testimonio emocionado del evangelista, «un soldado con la lanza le hirió el costado y al punto salió sangre y agua»[54]. Esta oblación perfecta de Cristo, nuevo Adán, da origen a la comunidad de los que viven asociados a su muerte y a su resurrección, es decir, según una expresión grata a los Santos Padres: «Del costado abierto de Cristo nace la Iglesia», donde Cristo continúa ofreciéndose en oblación cada vez que el hombre lo solicite...


D.   Evangelio


Es la última palabra del lema. Pero es el primer camino que debe recorrer el hombre, como ente individual y colectivo, en la búsqueda de la auténtica felicidad.   

El Evangelio es la Palabra de Dios, el Mensaje, la Buena Noticia, que es preciso proclamar a toda la creación[55]. Esa Buena Nueva, está contenida en las Sagradas Escrituras, la Biblia. Ella no sólo habla de Dios que va en busca de su pueblo, sino del pueblo que va en busca de su Dios.

En este tiempo de gracia que nos ofrece el Año de la Fe, corresponde a cada bautizado ir descubriendo el Amor que Dios le prodiga a su persona. Y que desde la propia realidad se lance, sin miedo y con ardor, al anuncio del Evangelio del Amor...

El último Sínodo de Obispos nos recuerda a los seglares la necesidad que tiene la Iglesia contemporánea de contar con el trabajo permanente y eficaz de ellos: «Sin la función evangelizadora de los fieles laicos en su ámbito propio, que es la gestión de la vida familiar, social, política, económica y cultural, no habrá Nueva Evangelización. Pero éstos requieren una formación integral y el reconocimiento efectivo de  que son corresponsables en la tarea del Reino. La vocación y misión de los laicos requiere una profunda reflexión sobre la valencia teológica de la secularidad, de su inserción en el mundo, sobre todo en los nuevos areópagos, y de su participación en la Iglesia»[56].

Para concluir, citemos una vez más la catequesis del Papa: «Queridos amigos: nuestro tiempo requiere cristianos que hayan sido aferrados por Cristo, que crezcan en la fe gracias a la familiaridad con la Sagrada Escritura y los Sacramentos. Personas que sean casi un libro abierto que narra la experiencia de la vida nueva en el Espíritu, la presencia de ese Dios que nos sostiene en el camino y nos abre hacia la vida que jamás tendrá fin»[57].


V.    Oración



Padre bueno,
tu Amor da la vida a todo lo creado.
Que tu bondad y tu misericordia
nos ayuden a renovarnos,
y a seguir colaborando activamente en la edificación
de un Mundo más humano, más cristiano...


Cristo Jesús, manifestación del Padre:
la fe en tu Palabra, en tu Vida y en tu Resurrección
ilumina y consuela nuestras vidas.
Desde nuestra experiencia comunitaria te pedimos
que seas nuestro guía en el camino,
nuestra luz en la búsqueda,
nuestra fuente que siempre mana agua viva,
para que seamos constructores y testigos
de tu Reino de paz, de justicia y de amor...


Espíritu Santo,
tu presencia es la brisa que empuja la historia,
y acompaña a todos los hombres de buena voluntad.
Sé aliento en nuestras debilidades y flaquezas.
Ayúdanos a crecer en santidad.
Renuévanos con tu sabiduría.
Anímanos en nuestro sincero compromiso
de promover el cambio necesario
para lograr un Mundo Nuevo y un Hombre Nuevo,
a través una Iglesia renovada en Cristo
desde una humanidad solidaria.


Amén.






[1] Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, Programa Pastoral 2012-2013.
[2] Cf. 1Jn 1, 1.
[3] Heb, 12, 2 cit. en Porta fidei.
[4] Pío XII, Discurso en el XIII Congreso internacional de Psicología aplicada, 10-4-1958.
[5] Conjunto de corrientes sincréticas filosófico-religiosas que llegaron a mimetizarse con el cristianismo en los tres primeros siglos de nuestra era, convirtiéndose finalmente en un pensamiento declarado herético después de una etapa de cierto prestigio entre los intelectuales cristianos.
[6] Rm 8, 29.
[7] Citado por José María Montes; Te quiero, (Guía sobre el amor, el sexo y la vida para todo aquel que aspire al matrimonio); 2010.
[8] Gaudium et spes, 14.
[9] Tomás Melendo, Invitación al conocimiento del hombre, Universidad Monteávila, Caracas, 2005.
[10] Cf. Leonardo Boff, Los sacramentos de la vida, Sal Terrae, 1991.
[11] N. M. Wildiers, en el prólogo de la sexta edición de La aparición del hombre, Taurus, Madrid, 1967.
[12] Cf. Joseph Basile, Los nuevos escultores de hombres, S.M., Madrid, 1978.
[13] Cf. Sara López Escalona, Antropología y Educación, Paulinas, 1982, La Florida, Chile.
[14]  Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), 364.
[15]  CIC, 1997
[16]  Gén 1, 26
[17]  La racionalidad es la capacidad que permite pensar, evaluar y actuar de acuerdo a ciertos principios de optimidad y consistencia, para satisfacer algún objetivo o finalidad.
[18]  El hombre es un ser unitario y no conviene considerar aisladamente los elementos en que se manifiesta: el cuerpo y el alma, por ejemplo, o el conocimiento, la voluntad, la afectividad, su comportamiento, su libertad, su situación en la vida, su entorno… y un gran etcétera. Se percibe, no obstante lo planteado, una preeminencia del espíritu sobre la materia. Intentaré explicarlo apoyándome en la tesis de Víctor Frankl. Este médico neurólogo y psiquiatra austríaco, que pasó por cuatro campos de concentración en la segunda guerra mundial sostiene  en su Teoría y Terapia de las Neurosis (1964), que los que sufren en su psiquis, conservan el núcleo de su personalidad intocado, incluso en estados psicopatológicos graves.... Se puede estar enfermo con el cuerpo y la psique, pero no con el espíritu. Que un hombre se distancie de su enfermedad o de sus taras y —seguimos citando a Frankl— mientras otro sucumba a ella, no depende tanto en última instancia de lo biopsíquico, sino de su dimensión espiritual. Frankl nos invita a apelar siempre a la potencia resistente del espíritu.
[19]  «Lo humano no nace de un accidente, sino del juego prolongado de las fuerzas cosmogénicas». Cf. Teilhard de Chardin, La aparición del hombre, en “La singularidad original de la especie humana o el paso de la reflexión”, Taurus, Madrid, 1967.
[20] Ignacio Buck y P.L. Díaz García, Insula, Psicología, 1985.
[21] Víctor Frankl, Teoría y Terapia de las Neurosis (1964).
[22] V. FRANKL., “El hombre en busca del sentido”, Herder, Barcelona, 2003.
[23] Cf. Sab 11, 26.
[24] Alexis Carrel, La Oración, 1944. Carrel (1873-1954) fue un brillante médico, que recibió el premio Nobel en 1912. En 1935 publicó su gran obra La incógnita del hombre. En 1941 creó el Instituto de la Ciencia Humana.
[25]  Jer 1, 5.
[26] Ef 6, 10
[27] BENEDICTO XVI, AUDIENCIA GENERAL, Plaza de San Pedro, miércoles 24 de octubre de 2012.

[28]  Heb 11, 1.
[29]  P. Joseph Mary Shamon, Reza el Credo, Milford - Ohio, 1991.
[30]  Leer especialmente Ef 3, 1-13.
[31]  San Pablo lo expresa bellamente: «Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, que fue sometido a la Ley, con el fin de rescatar a los que estaban sometidos a la Ley, para que así llegáramos a ser también nosotros hijos legítimos de Dios. Por eso ahora somos hijos, pues Dios mandó a nuestros corazones el Espíritu de su propio Hijo que nos enseña a invocarle como ¡Abba!, ¡Papá querido!» (Gál 4,4-6; Ef 1, 10).
[32]  J. Ratzinger, Dios y el mundo, Random House Mondadori, Barcelona, 2005.
[33]  Cf. Mt 13, 52.
[34]  Leonardo Boff, Jesucristo Liberador, Sal Terrae, Santander, sin fecha.
[35]  CIC, 28.
[36]  Confesiones, I, I, 1.
[37]  CIC, 94.
[38]  Rom 10, 17.
[39]  Mc 16, 15.
[40]  2Cor 5, 14.
[41]  1Cor 9,16
[42]  BENEDICTO XVI, AUDIENCIA GENERAL, Plaza de San Pedro, miércoles 24 de octubre de 2012.
[43]  Cf. Ef 3, 5; 1Tes 5, 19.
[44]  Con frecuencia en el Nuevo Testamento, esta palabra significa “casa” y “familia” en el sentido más amplio. En definitiva, constituye el entorno de la vida cotidiana de cada uno. Evangelizar a través del oikos significa aprovechar el hecho de que los lugares en el cual nos desenvolvemos suelen ser los más favorables para anunciar el Reino de los Cielos, porque en esos lugares ya existen las relaciones fundamentales.
[45] CIC, 27.
[46] Is 55, 6.
[47] José M. González Ruiz, El cristianismo no es un humanismo, Península, Barcelona, 1966.
[48] Cf. Ef 1, 4ss; 2, 4-7
[49] Cf. Mt 25, 40.
[50] Cf. 2Tim 1, 12.
[51] CONC. VAT. II, Const. past. Gaudium et spes, Nº 4.
[52] CONC. VAT. II, Const. past. Gaudium et spes Nº 10.
[53] Cf. CONC. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium Nº 16.
[54] Jn 19, 34.
[55] Cf. Mc 16, 15.
[56]  Intervención de Mons. Santiago Jaime SILVA RETAMALES, Obispo titular de Bela y auxiliar de Valparaíso, Secretario General del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), 19-10-2012.
[57]  Audiencia General, miércoles 24 de octubre de 2012.