viernes, septiembre 12, 2014

MARÍA OFELIA SUCRE DE PINO



                No llores si me amas...

¡Si supieras el don de Dios y qué es el cielo!
¡Si pudieras desde aquí oír el canto de los ángeles
y verme en medio de ellos!

¡Si pudieras ver con tus ojos los horizontes,
los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso...!

¡Si pudieras contemplar como yo la belleza
ante la cual palidecen todas las bellezas...!

Créeme, cuando venga la muerte a romper tus lazos, como rompió los que me encadenaban, y cuando un día – que Dios conoce y que Él ha fijado – tu alma venga a este cielo en que la mía la precedió, ese día volverás a ver al que te amaba y te ama todavía... hablará de nuevo tu corazón con sus ternuras depuradas.

Volverás a verme... pero transfigurado y feliz; no ya esperando la muerte sino avanzando contigo por los senderos nuevos de la luz y de la vida.... 

(Oración atribuida a San Agustín) 



A MARÍA SUCRE
en su memoria




«Bienaventurados los que mueren en el Señor. 
Sí —dice el Espíritu—, descansarán de sus fatigas, 

porque sus obras los acompañan» (Ap 14, 13).





Nacer a una vida nueva

La vida brota de Dios y, un día, regresa a Él. Toda persona está llamada a seguir un plan preestablecido por el Creador: vivir y regresar a Él.

Para los creyentes, morir es nacer a una vida nueva en Dios. En especial, cuando la existencia se ha experimentado como don, pero también como tarea cumplida para consigo mismo y para con los demás.

Hablar de la muerte, significa hablar de separación y de pérdida y, a veces, nos da gran temor. Además, nuestro entorno social no nos facilita las cosas. En nuestra sociedad, en la que a través de la publicidad y del consumo se potencia el éxito, el poder, el placer, el culto al cuerpo, la eterna juventud..., la muerte no tiene cabida; es un tema tabú, al igual que el dolor, la enfermedad, las discapacidades, la pobreza..., y, por tanto, se intenta disimular y ocultar.



La muerte siempre es un absurdo. Provoca temor, en especial cuando está precedida por la enfermedad y el sufrimiento. Y aunque nadie ponga en duda que toda persona deba pasar algún día por el trance de la muerte, su sola idea es rechazada siempre por la razón. Pareciera que morir es el final de todo y, en cierto sentido, es verdad. Pero resulta que morir es, obviamente, la consecuencia de nacer. En efecto, de lo único que estamos seguros cuando nacemos es que un día, tarde o temprano, moriremos. 
Toda persona sabe que tiene que morir algún día, aunque a veces se le olvide este dato incuestionable.

Una gran santa escribió:

...tan alta vida espero
que muero porque no muero.
(Santa Teresa de Ávila)

Si nacer es abrir los ojos a la vida y comenzar a caminar bajo la luz del sol, morir debe ser abrir los ojos del alma y caminar ya, definitivamente, bajo “el Sol que nace de lo alto”: Cristo.

En la muerte, Dios llama al hombre hacia sí. Por eso, cuando llega la hora, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de san Pablo: “Deseo partir y estar con Cristo” (Flp 1, 23); y puede transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Jesús crucificado: «Todo está cumplido» (Jn 19, 30), «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46; cf. Jn 19, 30).

Gracias a Jesucristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo: “Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia” (Flp 1, 21). Esto aclara la afirmación del Apóstol: “Si hemos muerto con Él, también viviremos con Él” (2Tim 2, 11). 
La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente “muerto con Cristo” para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este “morir con Cristo” y perfecciona así nuestra incorporación a Él en su acto redentor. "Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir. Yo no muero, entro en la vida", escribió Santa Teresa de Jesús. (Vida, 1).




La visión cristiana de la muerte (ver 1Tes 4,13-14) se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia:

"La vida de los que en ti creemos, Señor, 
no termina, se transforma; 
y, al deshacerse nuestra morada terrenal, 
adquirimos una mansión eterna en el cielo".

(Misal Romano, 
Prefacio de la Misa de Difuntos).

La muerte que el creyente experimenta como miembro del Cuerpo Místico, le abre el camino hacia el Padre, quien nos demostró su amor extremo en la muerte de Cristo, su Hijo. Precisamente por esta visión cristiana de la muerte, san Francisco de Asís pudo exclamar en el Cántico de las criaturas: "Alabado seas, Señor mío, por nuestra hermana la muerte corporal".

Cristo resucitado, al quitarle el  poder al mal, venció a la muerte. Ese convencimiento, nos lleva a afrontarla con una actitud casi de desafío, y gritar con san Pablo, sin miedo: "¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?" (1Cor 15, 55).



No es fácil aceptar la muerte, aunque sea un hecho natural que vemos a diario y que, en alguna ocasión, la hemos contemplado de cerca. Y es que nos resulta más fácil hablar sobre la vida, porque siempre excluimos de ella el último día. Pero cuando alguien importante y significativo para uno deja de existir, sentimos profundamente su ausencia; eso nos anima a recordarla y a referirnos a ella.

A un año de la partida a la casa del Padre de María Sucre, mi suegra, y habiendo la familia superado su ausencia, la memoria agita pensamientos y trae recuerdos póstumos, que quisiéramos compartir con quienes la conocimos y, de alguna manera, nos constituimos en una parte de su existencia. La visitamos con el recuerdo, pero también con la oración, que es una de las formas más perfectas de compartir entre los vivos la memoria de nuestros seres queridos ya difuntos.

Quisiéramos entregar este pequeño pero sentido homenaje, a sus hijos, nietos y demás familiares. 

No pretenden estas líneas constituir una biografía: simplemente presentar una breve pincelada de la vida de una persona corriente, como tantas otras quizás, pero cuyo mayor mérito para nosotros consistió en no evadir sus responsabilidades como mujer, como madre y ...como padre  a la vez.



A orillas del mar azul


San Antonio del Golfo es un pequeño villorrio costero, a unos 30 minutos de Cumaná. Allá se llega en un recorrido por una hermosa carretera que bordea bellas playas y desde donde, intercaladamente, se ve mar, verdes montañas y abundantes cocoteros.

Un poco antes de llegar a San Antonio, muy cerca, se encuentra Cachamaure. Este lugar es famoso por sus fuentes de aguas termales, una de las cuales concentra su cálido líquido en una alberca rudimentaria, construida en principio por los lugareños a orillas de la playa; la otra, en pleno mar, a cuya salida los vecinos colocaron un tubo para que el sulfuroso fluido aflore a la superficie sin mezclarse con el agua salada. 

Las pocas viviendas de mayor data que todavía existen en San Antonio fueron hechas de bahareque (1) hace muchas décadas. Pero en la actualidad, la mayoría de las casas están construidas de materiales modernos.  Así, lo antiguo y lo moderno se entrecruzan desordenadamente, ofreciendo al espectador una nota nostálgica y disonante a la vez.

Mirar al horizonte costero desde San Antonio es perder la vista entre las tranquilas y azules aguas del Golfo de Paria, para reencontrar nuevamente tierra firme en la otra costa, la Península de Araya.


A este golfo le cantó el poeta cumanés Andrés Eloy Blanco, destacando su rol de centro de atención obligada de los vecinos de San Antonio:

”Cuando el golfo está manso
vienen los ciudadanos a la playa; 
entonces se ven parejas blancas por la costa
como barcas que izaran sus velas en la noche.
Cuando el golfo está manso
se prolonga en el mar la costa baja
y nos parece navegar por tierra,
que es algo igual a caminar por agua.

(Andrés Eloy Blanco, 
Caja de estampas)


En el primer tercio del siglo XX, la vida en San Antonio se debatía entre la vecina Cachamaure y la cercana Marigüitar, un poblado de obligada visita en aquel tiempo, cuando la gente tenía que ir a Cumaná, o en dirección a la capital.


En ese entonces, la gente de San Antonio, de vida apacible, se dedicaba a la pesca unos, a la siembra otros y al comercio unos pocos. Las mujeres se ocupaban afanosamente en los quehaceres domésticos, al cuidado de los hijos y a la confección de recetas ancestrales que, con todo esmero, pasaban de madres a hijas: hallacas(2), bollos(3), conservas de coco, majarete(4), melcochas(5), masamorra(6), hervidos, asados, arroces...


En esta tranquila tierra de San Antonio del Golfo nació María Ofelia Sucre, un 12 de septiembre de 1927. Era la menor de once hermanos. 

Su madre, de nombre María del Rosario, aunque de condición social muy pobre, descendía de la reputada familia Sucre de Cumaná, muy probablemente emparentada con el héroe de Boyacá, Antonio José de Sucre. Se decía que las tierras de Cachamaure pertenecieron en algún momento a la ralea principal de la familia Sucre.

La niña María Ofelia fue bautizada en el ya desaparecido templo colonial de San Antonio. Su madrina era vecina de Marigüitar, pero de origen árabe.

Debido a problemas, en el que sería su último parto, falleció la madre, María del Rosario, con lo que quedará huérfana a muy temprana edad. En efecto, para ese entonces, la pequeña apenas contaba con 7 años. Eran tiempos muy duros para la familia Sucre de San Antonio.

Por esos años el maestro cumanés de la poesía escribía:

“Días de pobreza, ¡tiempo del mal amigo!
Tiempo de hilar su vida en la rueca del alma;...”

(Andrés Eloy Blanco, 
Días de la pobreza).



La Venezuela de 1934, un año antes de la muerte del dictador Juan Vicente Gómez, era como una gran hacienda. La gente trabajaba de sol a sol y sólo unos pocos, tenían la posibilidad de asistir a las escuelas. De ahí que, aprender a leer y a escribir, se hacía casi siempre en casa.



Como todos los pueblos de la Venezuela de antaño, San Antonio del Golfo era como un gran vecindario: la gente se conocía y se ayudaba mutuamente. Por eso, a la muerte de María del Rosario, de los once hermanos Sucre se encargaron diversas personas. Andrea Sucre, la hermana mayor, entregó a María Ofelia, a los cuidados de la señora María Oporto, amiga de la familia, quien pronto llevaría consigo a la huérfana a residenciarse en Caracas. Como era costumbre de la época, las niñas huérfanas o abandonadas eran incorporadas a una familia a cambio del cotidiano trabajo hogareño: lavar, planchar, limpiar, cocinar... Allí, pues, aprendió María Ofelia a leer, a escribir y sus primeras nociones sobre los oficios del hogar.

Más tarde, de la crianza de la joven María (así gustaba que la llamaran) se encargarían las hermanas María y Carmen Teresa Chapellín.

Con el tiempo, María se hizo una muchacha buena moza y no le faltaron abundantes pretendientes. Ella se fijó en Isidro Pino, un joven alto y gran trabajador. Isidro, descendiente de emigrantes cubanos, fue el elegido por María para ser su marido. Los esposos Pino-Sucre se quedaron a vivir en Caracas. De esa unión nacieron, tres hijos: Isaura María, Isidro Ramón y María del Rosario.

Muy pronto, sin embargo, María se verá sola nuevamente; esta vez con sus tres pequeños hijos, cargando con la responsabilidad total de educarlos y celar su crecimiento. Ellos serán, en adelante, la meta de sus esfuerzos y de no pocos desvelos.


  


La mujer luchadora que yo conocí
Enfrentar la vida en solitario resulta arduo para cualquiera, más aún para la mujer.

María vivía el día a día abriéndose puertas entre los conocidos, siempre con nuevos bríos, nuevos horizontes; trabajar fue el reto que nunca dejó de honrar. La condición de pobreza en el hogar de los Pino-Sucre nunca fue excusa: María, como mamá y papá a la vez, sabía diferenciar con exactitud la distancia entre pobreza y miseria. A esta última la combatió con todas sus fuerzas.

La tarea no era fácil. Los hijos recibieron lo mejor que María les pudo dar; al crecer y hacerse adultos ellos eran el orgullo de mamá y daban sentido a las canas que gradualmente aparecían en sus largas crinejas y a las arrugas que iban marcando su rostro.

Isaura, la hija mayor, se casó con José Antonio, el tercer hijo de Bosko Juric y Bruna Bartolini. De esa unión nacieron Carlos Eduardo, José Antonio, Janko Alejandro y Jéssica María. Por parte de Ramón, María, tuvo otros nietos: Verónica, Daniel y Christian. Rosario, la menor, fue, hasta el fin, su inseparable compañía.



Los últimos años de María son de triste recordación. Lamentablemente, una enfermedad degenerativa la fue inmovilizando gradualmente, hasta quedar postrada. A pesar de su grave mal, ella supo sobrellevar con gran entereza las limitaciones a que fue sometida por la enfermedad.

El secreto de tal fortaleza, no cabe duda para quienes la conocimos, fue su fe y su confianza en la Providencia. Mientras pudo, la Eucaristía dominical y el rezo diario del santo rosario fueron el centro de su espiritualidad, sencilla, sin complicaciones, pero firme.

"Mi alma espera en el Señor... como el centinela la aurora", exclamamos con el salmista. En efecto, para los creyentes, las convicciones cristianas nos invitan a mantener encendida la llama del corazón y a vivir en una esperanza que no defrauda.

A decir de un escritor que apreciamos, "el hombre sólo puede comprender la vida a través de la aceptación de todo, de lo bueno y de lo malo, de lo agradable y de lo difícil, y, desde aquí, el sufrimiento se demuestra como redentor porque produce en el interior una actitud de esperanza, que es la única virtud que hace humana la existencia". Y es que la persona se acaba sólo cuando se agota su perspectiva, cuando fenece su esperanza.

En esta etapa de la vida de María, Rosario fue un capítulo especial. Ciertamente, ante las limitaciones a que fue sometida por la enfermedad, Rosario se constituyó, no sólo en su compañía, sino en su enfermera, en su intérprete, en una extensión de sus sentidos disminuidos. Durante ese tiempo, gran alivio para ambas fue la oración y la lectura bíblica. Visitar su casa era encontrar a la entrada la Biblia abierta, como presidiendo aquellas vidas.

Así, después de una resistencia prolongada al mal que la aquejaba, muere María, un 27 de enero del año 2001.



Ella fue una luchadora natural; la vida la obligó a serlo desde muy temprana edad. Y pese a su quebrantada salud, que a veces la hizo parecer frágil, a María nunca la vimos rendida; antes bien, como mujer combativa, resuelta y tenaz, siempre tenía explicaciones honrosas y palabras de aliento, que abrían nuevas opciones, algunas veces geniales.

En ocasiones las personas confundimos lo que somos con lo que nos sucede. Puede ser que en algún momento nos pareciera María un ser algo rígida e inflexible. Pero ¿no son estas dos posturas una consecuencia lógica de quien debió abrirse paso, casi en solitario, en condiciones extremas? 

Algunas veces nos sentimos tentados de criticar posturas o actitudes de nuestros seres queridos. Ante esto, hay que decir con claridad que todas las personas, sin excepción, deslizan carencias, defectos, debilidades y flaquezas propias del ser humano; nadie es perfecto, sólo Dios. Y es verdad. Todos, sin excluir a nadie, estamos marcados, de alguna manera, por experiencias pasadas que proyectamos en nuestras conductas. En cierto modo, todos arrastramos en nuestras vidas una serie de imperfecciones, producto, tanto de nuestras opciones personales como de las influencias del entorno en el cual hemos vivido. Lo mejor es no emitir juicios de valor ni erigirse en jueces de los demás.

Si tuviéramos que resumir en una sola palabra las cualidades que adornaron a nuestra recordada María, ejemplo digno para todos, sería ésta: luchadora.



¡María: cumpliste con fidelidad el servicio a la vida! El Señor bendiga y recompense tu entrega, tus sacrificios y tus luchas. Amén.

Así era María; así la conocí yo...


maría ofelia sucre de pino
12-09-1927     -     V 27-01-2001


Oración del atardecer en familia

V.    Dios mío, ven en mi auxilio.

              R.  Señor, date prisa en socorrerme.

V.    Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

              R. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.


Himno

Si vivimos, vivimos para Dios;
si morimos, morimos para Dios;
en la vida y en la muerte
somos de Dios.
Nuestras vidas son del Señor,
en sus manos descansarán;
el que cree y vive en él
no morirá.
Con Cristo viviré,
con Cristo moriré;
llevando en el cuerpo
la muerte al Señor;
llevando en el alma
la vida del Señor.
Si vivimos, vivimos para Dios;
si morimos, morimos para Dios;
en la vida y en la muerte
somos de Dios.

V.  Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

     R.  Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.



«¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?» 
«A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, 
los ángeles testigos, sudarios y mortaja. 
¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!» 

(Secuencia de Pascua de Resurrección)


Caracas, 27 de enero de 2002, primer aniversario de su partida,
reeditado el 12 de septiembre de 2014, su 87 cumpleaños.

Notas:


(1) Bahareque: Material utilizado en la construcción de viviendas compuesto de cañas o palos entretejidos y unidos con una mezcla de tierra húmeda y paja.

(2) Hallaca: es un plato típico de Venezuela. Consiste en una masa de harina de maíz sazonada con caldo de gallina o de pollo y coloreada con onoto o achiote, rellena con un guiso de carne de res, cerdo y gallina o pollo (aunque hay versiones que llevan pescado), al cual se le agregan aceitunas, uvas pasas, alcaparras, pimentón y cebolla, envuelto de forma rectangular en hojas de plátano o de bijao (palma semejante a la del plátano, aunque de textura más fuerte), para finalmente ser atada con pabilo o pita y hervida en agua. Es un plato que, a pesar de que se puede servir en cualquier momento del año, es típico de la temporada navideña.

(3) Bollo:  Masa de harina de maíz amasada en forma cilíndrica y cocida en agua hervida.

(4) Majarete: es un postre típico de la época de Cuaresma, aunque también puede consumirse durante todo el año. Es muy parecido a un flan, pero no contiene huevos entre sus ingredientes. La consistencia es debida a la harina de maíz.

(5) Melcocha:  también denominada alfandoque, es un dulce popular de elaboración artesanal tipo confitura, existente en varios países de Latinoamérica. Se elabora básicamente por melado o miel espesa, generalmente de panela. Así mismo puede hacerse de miel de azúcar, la cual se bate hasta que la incorporación de aire resulta en una pasta porosa y maleable, de consistencia correosa o gomosa, con la cual se elaboran caramelos o bombones de formas diversas, aunque la tradicional es de barritas retorcidas, también conocidas como «charamuscas». 

(6) Masamorra: es un atol dulce, que se prepara a base de jojotos (maíz tierno), elotes o maíz tierno cocidos con leche, azúcar y canela en rama. Es un postre muy propio de los meses de agosto y septiembre cuando se produce la cosecha de jojotos, y en su preparación podríamos ver una fórmula antecesora de las natillas, con la diferencia de que no lleva yemas de huevo.  



MENSAJE A CIERTOS SEMINARISTAS: ¿CÓMO SE PUEDE SER NEUTRAL?



Con todo el respeto que merecen, queridos seminaristas y formadores. En relación a la nota que ustedes emitieron, me permito comentarles lo siguiente:


Es verdad que en Venezuela, en cada bando hoy enfrentado, hay gente que puede, en conciencia, actuar de buena fe y lo contrario también. No lo dudamos. Pero no se trata de pedirle a nadie que se erija en juez. Ni siquiera que opinen sobre política; ya que esto que está sucediendo no tiene nada de política.

Para los cristianos, el punto de referencia es Jesucristo. Y a él nos remitimos en primera instancia; luego consultaremos qué dice la doctrina de la Iglesia al respecto. Todos sabemos que Jesús enfrentó a los fariseos. Es muy fácil demostrar que este gobierno se comporta como “los fariseos” del tiempo de Jesús. Son fariseos porque actúan con doble moral, imponen enormes sacrificios al pueblo y ellos mismos nadan en abundancia y derrochan lo que no trabajaron. En efecto, los truhanes de camisa roja, nacionales y foráneos, «atan cargas tan pesadas que es imposible soportarlas, y las echan sobre los hombros de los demás, mientras que ellos mismos no quieren tocarlas ni siquiera con un dedo» (Mt 23, 4). Además, esos fariseos tienen otra característica sobresaliente: «son como sepulcros blanqueados, bien arreglados por fuera, pero llenos por dentro de huesos de muertos y de toda clase de impureza» (Mt 23, 27).


¿Creen ustedes que defender una causa justa y señalar crímenes y criminales para ustedes es “hacer publicidad” e identificarse con postura partidista o, como dicen en su nota, asumir “parcialización política alguna”? Señores míos, si así lo consideran, no cuenten con el apoyo del pueblo, ni ahora ni cuando sean pastores. Pastores de qué. De rebaños sumisos, resignados, blandengues y “ovejeados”.  Nadie les pide a ustedes que se armen y salgan a agredir a cualquier “prójimo” que encuentren por el camino. Pero no se puede ser neutral frente a los tristes acontecimientos que vemos a diario en esa maltrecha tierra.

España, durante la Guerra Civil (1934 – 1939), fue escenario de auténticos ejemplos de valentía. Los comunistas hicieron una verdadera persecución contra los cristianos; fueron a por ellos porque denunciaron los atropellos de que era objeto la población creyente; en fin, no callaron. Así, el grito de “guerra” de obispos, sacerdotes, monjas, seminaristas y laicos fue «¡Morir! ¡Viva Cristo Rey!».

Hay miles de testimonios de la época, pero sólo traeré uno de muestra (ver también http://es.wikipedia.org/wiki/Beatos_M%C3%A1rtires_Claretianos_de_Barbastro ):

El 20 de julio de 1936, unos sesenta milicianos comunistas y anarquistas de la CNT, armados, irrumpieron en la comunidad de Barbastro (cerca de Zaragoza), en donde residían misioneros claretianos y se los llevaron. La comunidad estaba formada por 60 personas: 9 sacerdotes, 12 hermanos y 39 seminaristas. Durante el encierro, los jóvenes dejaron su testimonio en sillas, tablas, paredes y hasta en los envoltorios de la comida. En una envoltura de chocolate se conservó el testimonio de Faustino Pérez, un seminarista: “Agosto, 12 de 1936, en Barbastro. Seis de nuestros compañeros son ya mártires: Pronto esperamos serlo nosotros también. Pero antes queremos hacer constar que morimos perdonando a los que nos quitan la vida y ofreciéndola por la ordenación cristiana del mundo obrero, el reinado definitivo de la Iglesia Católica, por nuestra querida Congregación y por nuestras queridas familias. ¡La ofrenda última a la Congregación, de sus hijos mártires!”. Juan Pablo II beatificó a estos mártires el 25 de octubre de 1992.
Es cierto y comprendemos perfectamente que les esté prohibido tomar partido en temas políticos y de ejercer cargos de esta categoría. Pero insisto: lo que estamos viviendo no tiene nada que ver con política. Ojalá se tratara de asuntos políticos. Política es un término derivado del latín “politicus” y éste del griego antiguo “politicós” “civil”, relativo al ordenamiento de la ciudad o a los asuntos del ciudadano. El Papa Francisco ha recordado que la Doctrina Social de la Iglesia define a la política como «una de las formas más altas de la caridad, porque es servir al bien común» y ha agregado que nadie puede «lavarse las manos». No obstante, insisto; lo que vivimos en Venezuela, señores, es un genocidio con el objetivo de exterminar y de amedrentar al que no piense igual que los representantes del gobierno. Este genocidio es ejecutado por los oficialistas y sus matones cubanos, debido a que una gran mayoría del pueblo se rebela por no aceptar el chantaje al que le someten.
No me corresponde a mí urgirles a tomar posición. Ni me interesa. Escribo fundamentalmente para que conste que hay cristianos que no están de acuerdo con la posición que han asumido y también para que mis amigos no queden confundidos con esa decisión y sepan, por el contrario, que la Iglesia no es neutral (nunca lo ha sido) frente al crimen y las injusticias. ¿Saben por qué? Primero, porque Jesús nunca permaneció neutral frente al mal (“Busquen el Reino de Dios y su justicia”); segundo, porque Iglesia, pueblo de Dios, somos todos, no sólo los ministros ordenados y quienes aspiren a serlo; tercero, porque a la Iglesia le incumbe “la cuestión social”; y, finalmente, porque los pastores, mientras peregrinen por el mundo, aunque no pertenezcan al mundo, deben vivir en el mundo. 
En este sentido, el Concilio Vaticano II declara: «La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina.» (GS, 42). De este modo y manera, no son calificables como injerencias políticas aquellas intervenciones de los clérigos sobre temas como, por ejemplo, la dignidad y libertad de la persona humana, las obligaciones que corresponden a los hombres unidos en sociedad o el modo de disponer los asuntos temporales según el orden establecido por Dios (cf. Jorge de Otaduy). De hecho, decía Juan Pablo II que el hombre es el camino de la Iglesia. Así lo dejó escrito en su primera encíclica, Redemptor Hominis (04-03-1979): « este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo ». ¡Pues eso!
Finalizo. A nadie se le puede obligar a hacer algo. Es un derecho legítimo, aunque bien cómodo en este caso. Y ustedes tienen toda la libertad de permanecer neutrales, independientes, inmóviles, incluso viendo a los cuerpos muertos de cada bando pasar por sus narices. Eviten, pues, inmiscuirse, no sea que después vayan a “oler a oveja”. Eso sí, no olviden rezar un réquiem por cada uno de ellos.
Hubiese sido mejor no tomar postura públicamente. 
Pido perdón de antemano en caso de que mi incisiva franqueza haya lastimado algunas susceptibilidades.
Los saludo muy cordialmente.