martes, julio 22, 2014

¿EN QUIÉN CONFIAR CUANDO TODO PARECE ACABADO?



https://youtu.be/4RojlDwD07I

Hermosa canción; y la letra, un sentido poema. La pieza es original del joven cantautor norteamericano Joshua Groban. Existe una versión en castellano cantada por Il Divo (“Por ti seré”), también de gran belleza, aunque la letra difiere.

Según leo en los comentarios vinculados al vídeo, el cantante es un tal Martin Hurkens, ganador de "Holanda Tiene Talento" en 2010. No sé más sobre el personaje ni sobre el vídeo que tan amablemente enviaron y compartieron varias personas. Encontré también otras piezas bellas en Youtube. No obstante, me referiré a dos aspectos, que quisiera considerar. Primeramente al valor de la letra de la canción y luego al gesto y significado de esta representación (una interpretación mía), porque considero que la ocasión lo amerita: el sujeto puede personificar a tantos y tantos que encontramos en calles, plazas y estaciones de Metro.

La letra completa de la canción la podrán encontrar en Internet. Copio aquí la primera estrofa y el estribillo:


When I am down and, oh my soul, so weary;
When troubles come and my heart burdened be;
Then, I am still and wait here in the silence,
Until you come and sit awhile with me.

You raise me up, so I can stand on mountains;
You raise me up, to walk on stormy seas;
I am strong, when I am on your shoulders;
You raise me up... To more than I can be.

(La traducción aproximada es:

“Cuando estoy deprimido y, oh mi alma, tan cansado;
Cuando los problemas vienen y mi corazón está agobiado;
Entonces, me quedo quieto y espero aquí en silencio,
Hasta que llegas y te sientas un rato conmigo.

Tú me levantas, para que pueda pararme sobre las montañas;
Tú me levantas, para caminar sobre los mares tormentosos;
Soy fuerte, cuando estoy sobre tus hombros;
Tú me levantas…Más de lo que yo puedo ser.”)


El cantante de este vídeo tiene conciencia de su actual condición de “olvidado de la sociedad” y pide limosnas a los presentes, a cambio de su interpretación. Pero aunque es una exhibición modesta en sí, ¿han notado la bella voz que exhibe y la forma cómo vocaliza? En un principio ninguno de los presentes tiene conciencia de tener enfrente o al lado a un ser con tan inmensas ansias de vivir. Quizás cada uno lo da por sentado, tomando como referencia su propia comodidad. Las ocupaciones de cada quien impiden tomar en cuenta al pedigüeño, a las necesidades económicas y, seguramente también, afectivas del sujeto, más que nada porque lo han “visto” pero no lo han “mirado”. El hecho es que cada quien anda en lo suyo. 

Pero en un momento determinado, la música y el canto del trovador mendicante llaman la atención de los transeúntes. Este individuo intenta expresar su voluntad de seguir participando de la vida que se le ha dado; vivir como lo hacen los demás… ¿Quién lo sabe? Tal vez todavía tiene sueños. Tal vez fue o quiso ser un gran cantante de ópera o algo así. Tal vez… No lo sé, pero es lo que se me ocurre pensar.

Por otra parte, he leído que la canción está dirigida a alguna persona del pasado del autor. Pero opino que si él mismo no lo ha aclarado aún, díganme, por favor, a quién se le pueden decir estas cosas si no es a Dios. No existe nadie a quien puedas pedirle tanto ni que te pueda dar tanto.

Al igual que la Historia no puede ser leída en clave de los vencedores, la historia de una persona no puede ser leída de forma concluyente tan sólo desde la inmediatez de sus incoherencias y falta de fidelidad a Dios, a sí mismo y al prójimo. Porque en el ocaso de la vida, cuando la conciencia logra ser avivada y la voluntad impulsa, como en este caso, muchas personas son capaces de asombrarnos.

Lo digo por lo que me sugiere el protagonista del vídeo. Hay personas que se niegan a terminar sus vidas, otrora importantes y valiosas para otros, o tal vez para empresas exitosas, o para prestigiosas instituciones o grandes corporaciones, repito, se niegan a morir en vida; y hacen todo lo que está en sus manos para llamar la atención gritando “yo todavía existo: aquí estoy”. Se rehúsan, pues, a acabar en la cuneta de la vida, sin esperanza, cual despojo urbano u objeto inservible. Decía un escritor escocés que “La esperanza es como el sol, que arroja todas las sombras detrás de nosotros” (Samuel Smiles, 1812-1904). Lastimosamente, algunas personas viven tan lejos de la realidad que confunden su sombra con ellos mismos.

Y es que la vida se nos presenta dual, como dos mundos sin conexión aparente: el del éxito y la opulencia por un lado y el mundo real, el que experimentamos a diario. En el primero, todo es hermoso y placentero: nos deslumbra, nos seduce, intenta hipnotizarnos para que formemos parte de él a cualquier costa, mostrándonos sus copiosas maravillas, abundantes riquezas y opíparos placeres. Nada de eso es malo si se emplea, moderadamente, como medio para lograr ser, por una parte, mejor persona; y por otra, instrumento para intentar ayudar a hacer felices a los demás. Lamentablemente, en la cima del poder y de las riquezas es difícil mirar hacia abajo y no caer en la falta de una visión realista; es fácil sucumbir en la soberbia y la petulancia; de hecho, recreándose en la vanidad, se termina convirtiéndose en un ser egoísta, aislado del mundo real y de las necesidades perentorias que padecen otros.

En efecto, el mundo real se muestra paradójico y nos revela, muchas veces con crudeza, las contradicciones del corazón humano: el perfil profundamente bondadoso, pero también el que es capaz de descubrirnos su lado ilimitadamente ruin. De hecho, el ser humano igualmente proclama su bondad, compasión, tolerancia y generosidad como se muestra depravado, cruel e ignominioso.

En la era supertecnificada, caracterizada por las prisas y saturada de “usos y aplicaciones”, lo que no sirve se descarta, lo que no produce se deshecha. Sin importar edad. Dice el Papa Francisco que “hoy la crisis es tan grande que se descartan a los jóvenes: cuando pensamos en esos 75 millones de jóvenes de 25 años para abajo, que son «ni-ni»: ni trabajo, ni estudio. No tienen nada. Sucede hoy, en esta Europa cansada…. Y continúa: “La Europa que está cansada. Debemos ayudarle a rejuvenecer, a encontrar sus raíces. Es verdad: ha renegado de sus raíces. Es verdad. Pero debemos ayudarle a volver a encontrarlas. Desde los pobres y los ancianos se empieza a cambiar la sociedad. Jesús dijo de sí mismo: «La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular» (Mt 21, 42). También los pobres son en cierto sentido «la piedra angular» para la construcción de la sociedad. Hoy, lamentablemente, una economía especulativa los hace cada vez más pobres, privándolos de lo esencial, como la casa y el trabajo. ¡Es inaceptable! Quien vive la solidaridad no lo acepta y actúa. Y a esta palabra «solidaridad» muchos quieren quitarla del diccionario, porque a una cierta cultura le parece una palabrota. ¡No! La solidaridad es una palabra cristiana. Y por esto sois familia de los que no tienen casa, amigos de las personas con discapacidad, que, al ser amados, expresan tanta humanidad. Veo aquí, además, a muchos «nuevos europeos», inmigrantes llegados después de viajes dolorosos y peligrosos” (Discurso a la Comunidad de san Egidio, 15 de junio de 2014).

Al ser humano se le olvida muchas veces que en el mundo espiritual no rigen las mismas leyes que en el físico. En el dar y recibir subsiste una paradoja, y es ésta: el que da, en realidad recibe; y el que recibe, a su vez, está dando. En efecto, el necesitado del vídeo pide ayuda y algunos transeúntes participan, en la medida de sus posibilidades y de su generosidad. ¿Pero quién ayuda a quién? Muchos santos que ayudaban a los más pobres gastándose por los demás y entregando incluso sus vidas, dieron gracias a Dios por la oportunidad que les proporcionaba. El que se encierra en su mundo de comodidades no puede mirar al otro mas que para pensar cómo sacar provecho de la situación. Porque para el egoísta, el otro es sólo una ocasión, un medio más. Definitivamente, el mundo es lo que el ser humano hace de él.

Señala Mons. Viloria que “El mal en el mundo siempre se presentará suculento para esclavizarnos. Aunque tengamos algunas satisfacciones con él, siempre nos destruirá.” Pactar con el Mal es engañarse. Tarde o temprano terminará acabando con nuestra libertad. San Agustín dice en el libro I de las Confesiones que todo ánimo desordenado es castigo para sí mismo. 

Por eso, lo que necesita el hombre para mantener viva la conciencia de su dignidad y permanente necesidad del Otro y de los otros es tener una mirada y, por tanto, una conducta profundamente humana, despojada de soberbia, orgullo, vanidad, egoísmo... Porque no es posible, en ningún caso, construir una vida sin la necesaria “relación” con Dios y con el prójimo. Por otra parte, apelar al lado bueno del ser humano y tutelarla es lo que definitivamente puede cambiar una causa aparentemente perdida.

Para finalizar, les invito a orar como lo hizo el Papa en el Estadio Olímpico de Roma, el 1 de junio de 2014: 

“Señor, mira a tu pueblo que aguarda el Espíritu Santo. Mira a los jóvenes, mira a las familias, mira a los niños, mira a los enfermos, mira a los sacerdotes, a los consagrados, a las consagradas, mira a nosotros, obispos, mira a todos y concédenos aquella santa borrachera, la del Espíritu, la que nos hace hablar todas las lenguas, las lenguas de la caridad, siempre cercanos a los hermanos y a las hermanas que tienen necesidad de nosotros. Enséñanos a no luchar entre nosotros para tener un trozo más de poder; enséñanos a ser humildes, enséñanos a amar más a la Iglesia que a nuestro partido, que nuestras «peleas» internas; enséñanos a tener el corazón abierto para recibir el Espíritu. Envía, oh Señor, tu Espíritu sobre nosotros. Amén.”


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