Antes de escribir la carta, explico la razón de ella. Verónica Ferrari es una activista lesbiana, directora ejecutiva del movimiento homosexual de Lima (mhol). Recientemente, entrevistada por el Diario Exitosa confesó que el lobby gay está “en la lucha” buscando “
“Creo que no podremos acabar con el capitalismo y la
diferencia de género. Pero sí terminar con la Iglesia, estamos en esta lucha”,
agregó.
La dirigente del lobby gay peruano dirigió su ataque también
contra otras denominaciones cristianas, como los evangélicos, de quienes dijo
“a corto plazo, serán el enemigo principal”.
Ferrari aseguró que “las mujeres pierden con la
heterosexualidad”, pues “se les condena a servir al marido y, en el extremo, a
ser asesinadas. Hay mucha gente que es heterosexual por obligación, nosotras
hemos conquistado nuestro lesbianismo”. Y otras sandeces por el estilo,
producto de una gran ignorancia y soberbia.
Al culminar su entrevista, Verónica Ferrari le pidió al
Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Cardenal Juan Luis Cipriani, “que se
jubile”.
Querida Verónica:
Antes que nada, permíteme decirte que te he visto en fotos y
puedo asegurar que te has convertido en una chica bella y atractiva, al menos
físicamente y, además, tienes un nombre hermoso.
Desconozco si hubo situaciones adversas que minaron tu niñez
o bajo qué condición de mujer te ha tocado vivir dentro o fuera de tu hogar. Lo
cierto es que, en este momento de tu adultez, te encontramos liderando una
causa que hoy día es tolerada y hasta la podemos comprender, causa que se suma
a la de muchos grupos que a nivel mundial se identifican con la tuya.
Tu lucha y la de tu grupo, según tus declaraciones, está
centrada en combatir a la Iglesia y a sus pastores; al capitalismo; a tu país,
Perú; a la diferencia de género y la heterosexualidad, entre otros. En esta oportunidad, para no
extenderme demasiado, no comentaré tu problema con el capitalismo ni la
diferencia de género ni la heterosexualidad.
Vamos por parte. En primer lugar, no comparto contigo el
ataque acérrimo que le dispensas a la Iglesia cuando dices que ella “es la gran
controladora del cuerpo, el deseo, de la vida de las mujeres, de las
homosexuales”. Permíteme decirte, estimada Verónica, que la Iglesia no desea
controlar tu cuerpo que, al fin y al cabo es de tu responsabilidad. Pero
resulta que lo que manifiestas tiene que ver con la pretensión de disponer de
una ley que permita el aborto libre, o como inteligentemente han acuñado tus
socias y socios de ideas “progre”, pretendiendo suavizar el acto homicida: “interrupción
voluntaria del embarazo”.
A estas alturas de la comprensión de la anatomía humana,
debes estar de acuerdo con las ciencias médica y biológica en que la criatura
que se desarrolla en el vientre de la mujer embarazada es otro ser, distinto a
la madre. No es “su” cuerpo. Se trata de un descendiente no-nato, que para
desarrollarse necesita de la “presencia” de la madre, de la misma forma y
manera que un bebé, al no poder valerse por sí mismo, requiere de los cuidados
que le prodigue su madre.
Tu problema son los cristianos, llámense católicos o
evangélicos, debido a que defienden la vida humana desde la concepción hasta la
muerte natural y, seguramente, porque dejan oír su voz en otros temas
fundamentales para la vida humana: la sexualidad y la unión conyugal. Puede que
en algún momento lleguen a aprobar en tu país la ley que permita el aborto
libre, tal como existe en varios países, entre ellos España, gracias a tus
socios ideológicos socialistas.
Merced a esas políticas nefastas, sólo en 2011
se produjeron en España casi 120 mil abortos y se repartieron unas 700 mil
“píldoras del día después”, lo que indica que los 120 mil abortos incluyen sólo
la eliminación terapéutica del feto; aparte, se producen cientos de miles de
abortos empleando la química de las píldoras. En Europa se realizan 3.300
abortos al día y en todo el mundo unos 8 cada 5 segundos. A ver ¿quién niega
que el Holocausto hoy globalizado no continúa, esta vez, amparado por leyes
mojigatas? Pero te advierto, ninguna ley positiva (hecha por el hombre) puede
estar por encima de la ley divina o la ley natural.
Más, Verónica. Sin Iglesia ¿quién abogaría con tanta firmeza
y sana obstinación por los no-nacidos? A propósito, tal vez tú misma seas
consecuencia de esa férrea defensa que hace la Iglesia por la vida. Tú existes
porque tu madre respetó tu indeclinable derecho a nacer. ¿Cierto?
Como complemento a las ideas expuestas, quisiera recordarte algo
sobre la Iglesia. Ella tiene una doble dimensión: es santa porque su cabeza,
Cristo, es santa; pero al mismo tiempo, la Iglesia es pecadora porque la
componen hombres, finitos e imperfectos. Por eso, siempre está necesitada de
conversión y de perdón. Hace poco, el Papa Francisco reiteró la expresión de
dolor manifestada por sus predecesores, por los abusos contra menores, cometidos
por parte de hombres de Iglesia y pidió perdón, asegurando con firmeza que la
Iglesia no retrocederá ante este mal.
Otra cosa, si no hay sacerdocio. ¿Quién podría dar al hombre
al nacer, al hacerse adolescente, al necesitar del consuelo del perdón; al
elegir la forma de vida, matrimonio o celibato; en el trance de la muerte, etc.
–repetimos- quién le daría al hombre una fortaleza comparable a la que brindan
los sacramentos?
Te traigo algunos datos del Anuario Estadístico de la
Iglesia Católica (cf. ACI, 15-Abr-2014), actualizado al 31 de diciembre de 2001
(por lo tanto hoy, 13 años después, las cifras son sensiblemente superiores), la
Iglesia atiende a nivel mundial 500 leproserías, 5.000 hospitales, 10.000
orfanatos, y 200.000 colegios. ¿Qué harían los gobiernos con los millones de
alumnos que son educados por instituciones católicas?
A esto hay que agregarle todos los campamentos, voluntariados
y fundaciones de carácter humanitario que se instalan de manera temporal ante
catástrofes naturales y conflictos bélicos. Eso, sin mencionar la labor diaria
de Cáritas que en muchos países, apaga el hambre de cientos de miles de
personas sin empleo o desahuciadas por la sociedad.
Leí hace poco las opiniones de un pastor que manifestaba que
la Iglesia es un contrapeso necesario para que no se apague la conciencia de la
humanidad. Sin ella, sería muy fácil caminar hacia la autodestrucción por falta
de voces y argumentos críticos basados en la fe y en la razón. ¿Quién ocuparía
el lugar de la Iglesia en temas donde la moral debe prevalecer, por encima de
los intereses egoístas? Podríamos continuar en una larga lista de argumentos,
pero para lo que deseo explicar, esto me basta. En relación al llamado que le
haces al Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Cardenal Juan Luis Cipriani,
para “que se jubile”, lamento decirte que ni la jerarquía de la Iglesia (aunque
el cargo lo ocupe otro), ni los cristianos comprometidos, se jubilan. El
“contrato” de trabajo por el reino de Dios, asumido con el Bautismo, sólo
finaliza con la muerte.
En otras palabras, amiga Verónica, ¿quieres que la Iglesia
desaparezca sólo para que cese la voz de la conciencia social que, en tu caso,
te dice que no está bien lo que haces? Aunque tú desees que la Iglesia
desaparezca, ella no desea lo mismo para ti. Lo que sí anhela para ti, en hilo
con la voluntad de Cristo, su fundador, es que seas feliz y encuentres
definitivamente la Verdad que te hará libre (cf. Jn 8, 32 y 1Tm 2, 4).
Opinas que “Perú es un infierno”; te invito a que abras
algún diario y leas algo de lo que sucede en otras naciones como Siria, Irán,
Pakistán, Afganistán, Ruanda, Egipto, Corea del Norte, Cuba o, para no ir muy
lejos de tu casa, el calvario que padecen actualmente los venezolanos. Cómo se
ve que todavía eres una chica ingenua; se nota que, a pesar de tu edad adulta,
aún no has salido de tu cascarón, y por eso el inmenso egoísmo que te
caracteriza.
Hace poco escuché de un pastor evangélico que Dios Padre
tiene una seria “debilidad”. Sí, tal como lo lees. ¿Quieres saber cuál es la
debilidad de nuestro buen Dios? Él tiene debilidad por gente como tú y como yo:
por los pecadores, por gente imperfecta, la que necesita del abrazo amoroso de
un Padre, que es olvidadizo con las
ofensas pero providencial por cada uno de sus hijos. Por ti y por mí,
por todos, envió Dios a su Hijo, quien dejó el Cielo para hacerse humano, como
tú y como yo, menos en la imperfección del pecado. Dios le advierte al hombre
el camino que debe transitar: «Te puse delante la vida o la muerte, la
bendición o la maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas tú y tu
descendencia» (Deuteronomio 30, 19).
Para finalizar,
apreciada Verónica, y aprovechando esta próxima Pascua, con humildad pero
con deseo sincero, lánzale a Cristo resucitado este grito que hace poco oí de
un alma atribulada: “si estás vivo y puedes cambiar mi vida, hazlo”.
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