lunes, julio 21, 2014

MISIVA A VERÓNICA FERRARI, UNA ACTIVISTA LESBIANA




Antes de escribir la carta, explico la razón de ella. Verónica Ferrari es una activista lesbiana, directora ejecutiva del movimiento homosexual de Lima (mhol). Recientemente, entrevistada por el Diario Exitosa confesó que el lobby gay está “en la lucha” buscando “
“Creo que no podremos acabar con el capitalismo y la diferencia de género. Pero sí terminar con la Iglesia, estamos en esta lucha”, agregó.

La dirigente del lobby gay peruano dirigió su ataque también contra otras denominaciones cristianas, como los evangélicos, de quienes dijo “a corto plazo, serán el enemigo principal”.
Ferrari aseguró que “las mujeres pierden con la heterosexualidad”, pues “se les condena a servir al marido y, en el extremo, a ser asesinadas. Hay mucha gente que es heterosexual por obligación, nosotras hemos conquistado nuestro lesbianismo”. Y otras sandeces por el estilo, producto de una gran ignorancia y soberbia.

Al culminar su entrevista, Verónica Ferrari le pidió al Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Cardenal Juan Luis Cipriani, “que se jubile”.

Querida Verónica:

Antes que nada, permíteme decirte que te he visto en fotos y puedo asegurar que te has convertido en una chica bella y atractiva, al menos físicamente y, además, tienes un nombre hermoso. 
Desconozco si hubo situaciones adversas que minaron tu niñez o bajo qué condición de mujer te ha tocado vivir dentro o fuera de tu hogar. Lo cierto es que, en este momento de tu adultez, te encontramos liderando una causa que hoy día es tolerada y hasta la podemos comprender, causa que se suma a la de muchos grupos que a nivel mundial se identifican con la tuya.
Tu lucha y la de tu grupo, según tus declaraciones, está centrada en combatir a la Iglesia y a sus pastores; al capitalismo; a tu país, Perú; a la diferencia de género y la heterosexualidad,  entre otros. En esta oportunidad, para no extenderme demasiado, no comentaré tu problema con el capitalismo ni la diferencia de género ni la heterosexualidad.

Vamos por parte. En primer lugar, no comparto contigo el ataque acérrimo que le dispensas a la Iglesia cuando dices que ella “es la gran controladora del cuerpo, el deseo, de la vida de las mujeres, de las homosexuales”. Permíteme decirte, estimada Verónica, que la Iglesia no desea controlar tu cuerpo que, al fin y al cabo es de tu responsabilidad. Pero resulta que lo que manifiestas tiene que ver con la pretensión de disponer de una ley que permita el aborto libre, o como inteligentemente han acuñado tus socias y socios de ideas “progre”, pretendiendo suavizar el acto homicida: “interrupción voluntaria del embarazo”.

A estas alturas de la comprensión de la anatomía humana, debes estar de acuerdo con las ciencias médica y biológica en que la criatura que se desarrolla en el vientre de la mujer embarazada es otro ser, distinto a la madre. No es “su” cuerpo. Se trata de un descendiente no-nato, que para desarrollarse necesita de la “presencia” de la madre, de la misma forma y manera que un bebé, al no poder valerse por sí mismo, requiere de los cuidados que le prodigue su madre.

Tu problema son los cristianos, llámense católicos o evangélicos, debido a que defienden la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural y, seguramente, porque dejan oír su voz en otros temas fundamentales para la vida humana: la sexualidad y la unión conyugal. Puede que en algún momento lleguen a aprobar en tu país la ley que permita el aborto libre, tal como existe en varios países, entre ellos España, gracias a tus socios ideológicos socialistas. 

Merced a esas políticas nefastas, sólo en 2011 se produjeron en España casi 120 mil abortos y se repartieron unas 700 mil “píldoras del día después”, lo que indica que los 120 mil abortos incluyen sólo la eliminación terapéutica del feto; aparte, se producen cientos de miles de abortos empleando la química de las píldoras. En Europa se realizan 3.300 abortos al día y en todo el mundo unos 8 cada 5 segundos. A ver ¿quién niega que el Holocausto hoy globalizado no continúa, esta vez, amparado por leyes mojigatas? Pero te advierto, ninguna ley positiva (hecha por el hombre) puede estar por encima de la ley divina o la ley natural.

Más, Verónica. Sin Iglesia ¿quién abogaría con tanta firmeza y sana obstinación por los no-nacidos? A propósito, tal vez tú misma seas consecuencia de esa férrea defensa que hace la Iglesia por la vida. Tú existes porque tu madre respetó tu indeclinable derecho a nacer. ¿Cierto?

Como complemento a las ideas expuestas, quisiera recordarte algo sobre la Iglesia. Ella tiene una doble dimensión: es santa porque su cabeza, Cristo, es santa; pero al mismo tiempo, la Iglesia es pecadora porque la componen hombres, finitos e imperfectos. Por eso, siempre está necesitada de conversión y de perdón. Hace poco, el Papa Francisco reiteró la expresión de dolor manifestada por sus predecesores, por los abusos contra menores, cometidos por parte de hombres de Iglesia y pidió perdón, asegurando con firmeza que la Iglesia no retrocederá ante este mal.  

Otra cosa, si no hay sacerdocio. ¿Quién podría dar al hombre al nacer, al hacerse adolescente, al necesitar del consuelo del perdón; al elegir la forma de vida, matrimonio o celibato; en el trance de la muerte, etc. –repetimos- quién le daría al hombre una fortaleza comparable a la que brindan los sacramentos?

Te traigo algunos datos del Anuario Estadístico de la Iglesia Católica (cf. ACI, 15-Abr-2014), actualizado al 31 de diciembre de 2001 (por lo tanto hoy, 13 años después, las cifras son sensiblemente superiores), la Iglesia atiende a nivel mundial 500 leproserías, 5.000 hospitales, 10.000 orfanatos, y 200.000 colegios. ¿Qué harían los gobiernos con los millones de alumnos que son educados por instituciones católicas?
A esto hay que agregarle todos los campamentos, voluntariados y fundaciones de carácter humanitario que se instalan de manera temporal ante catástrofes naturales y conflictos bélicos. Eso, sin mencionar la labor diaria de Cáritas que en muchos países, apaga el hambre de cientos de miles de personas sin empleo o desahuciadas por la sociedad.

Leí hace poco las opiniones de un pastor que manifestaba que la Iglesia es un contrapeso necesario para que no se apague la conciencia de la humanidad. Sin ella, sería muy fácil caminar hacia la autodestrucción por falta de voces y argumentos críticos basados en la fe y en la razón. ¿Quién ocuparía el lugar de la Iglesia en temas donde la moral debe prevalecer, por encima de los intereses egoístas? Podríamos continuar en una larga lista de argumentos, pero para lo que deseo explicar, esto me basta. En relación al llamado que le haces al Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Cardenal Juan Luis Cipriani, para “que se jubile”, lamento decirte que ni la jerarquía de la Iglesia (aunque el cargo lo ocupe otro), ni los cristianos comprometidos, se jubilan. El “contrato” de trabajo por el reino de Dios, asumido con el Bautismo, sólo finaliza con la muerte.

En otras palabras, amiga Verónica, ¿quieres que la Iglesia desaparezca sólo para que cese la voz de la conciencia social que, en tu caso, te dice que no está bien lo que haces? Aunque tú desees que la Iglesia desaparezca, ella no desea lo mismo para ti. Lo que sí anhela para ti, en hilo con la voluntad de Cristo, su fundador, es que seas feliz y encuentres definitivamente la Verdad que te hará libre (cf. Jn 8, 32 y 1Tm 2, 4).

Opinas que “Perú es un infierno”; te invito a que abras algún diario y leas algo de lo que sucede en otras naciones como Siria, Irán, Pakistán, Afganistán, Ruanda, Egipto, Corea del Norte, Cuba o, para no ir muy lejos de tu casa, el calvario que padecen actualmente los venezolanos. Cómo se ve que todavía eres una chica ingenua; se nota que, a pesar de tu edad adulta, aún no has salido de tu cascarón, y por eso el inmenso egoísmo que te caracteriza.

Hace poco escuché de un pastor evangélico que Dios Padre tiene una seria “debilidad”. Sí, tal como lo lees. ¿Quieres saber cuál es la debilidad de nuestro buen Dios? Él tiene debilidad por gente como tú y como yo: por los pecadores, por gente imperfecta, la que necesita del abrazo amoroso de un Padre, que es olvidadizo con las  ofensas pero providencial por cada uno de sus hijos. Por ti y por mí, por todos, envió Dios a su Hijo, quien dejó el Cielo para hacerse humano, como tú y como yo, menos en la imperfección del pecado. Dios le advierte al hombre el camino que debe transitar: «Te puse delante la vida o la muerte, la bendición o la maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas tú y tu descendencia» (Deuteronomio 30, 19).

Para finalizar,  apreciada Verónica, y aprovechando esta próxima Pascua, con humildad pero con deseo sincero, lánzale a Cristo resucitado este grito que hace poco oí de un alma atribulada: “si estás vivo y puedes cambiar mi vida, hazlo”.


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